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Palabras, palabras, y más palabras. Palabras huecas y frases hechas. Postureo para acallar conciencias, para aparentar que hacemos algo. Sentencias grandilocuentes para parecer firmes, enérgicos, imbatibles. Miles de análisis con barniz de objetividad, que solo buscan justificar nuestras creencias apriorísticas. Valientes desde el confort tranquilo de un hogar, pero miedosos, muy miedosos, cuando los cristales de nuestras ventanas se rompen en mil pedazos y se cuela el frio gélido de la intemperie. Solidarios cuando la solidaridad no cuesta nada, o a lo sumo reenviar un wassap. Todo vacío alrededor de una gran tragedia, todo superfluo alrededor de una gran tragedia, porque en poco tiempo saldrán de nuevo las miserias que nos definen y muchos aprovecharan el dolor de las víctimas, de todas las víctimas, para atacar al otro.

Y es humano que las víctimas cercanas duelan más que las lejanas. Y es humano que el dolor de a mil kilómetros sea menos dolor que el de a un kilometro. Y es humano que el alivio nos llegue cuando el dolor, a pesar de estar al lado, no le ha tocado a nadie al que nos une la piel de la amistad, o la familia. Y es reconfortante, imprescindible, que salga lo mejor que llevan dentro muchas personas, las que se mojan de verdad para ayudar a los que sufren la ausencia, ya eterna, de sus seres queridos.

2 Y la semana pasada fue Barcelona, y la semana que viene puede ser cualquier otra. Y volverá el desconsuelo, la angustia, la congoja que provoca la certeza de que la vida es fugaz, muy fugaz. Y que de la manera más absurda, más cruel, más inhumana, las hilanderas mitológicas del destino, hijas de Zeus y de Temis, cortaran los hilos y nos habremos ido para siempre. Las Moiras, las Parcas, las que marcan el tiempo de nuestra vida y son inflexibles en sus plazos, no deteniéndose ni ante reyes, ni ante héroes.

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Porque como me dijo mi amigo César, uno de los mejores artistas que conozco, y la única persona del mundo al que le queda bien el bigote, la vida son un montón de pocos días. Un montón de pocos días que pasan veloces cuando las horas sonríen y que se hacen eternos cuando las horas castigan. Y para los familiares, y amigos, de las víctimas que causó el brutal acto terrorista de Barcelona, los días serán largos y plomo, hasta que encuentren en el tiempo, y en los seres amados, la fuerza suficiente para, sin olvidar un dolor que ya queda tatuado en el alma, aprender de nuevo a tirar palante. Que es la única forma de seguir viviendo, siempre palante.

Y les confieso, queridos lectores, que antes de escribir este artículo pasé por tres fases. La primera la de replicar con dureza a los energúmenos con la cabeza llena de mierda que mezclan terrorismo con turimosfobia, islamofobia, o independentismo, en un tótum revolútum que saca lo peor de cada uno de ellos, pero meter más odio es innecesario. La segunda la de guardar silencio, porque nada puedo aportar ante el dolor que padecen las víctimas, pero pensé que el silencio puede ser cómplice, porque siempre toman el megáfono los mismos miserables. Y la tercera la de ser egoísta y compartir con ustedes estas líneas, porque escribir es un acto catártico, que ayuda a disipar fantasmas.

Pido perdón por mis palabras huecas, y dejo bien claro que yo también soy de los que se asustan cuando se rompen los cristales de mi hogar y entra el frio gélido de la intemperie. Con todo, me resisto a dejar de replicar, y sigo deseando, a pesar de todo, que tengan ustedes un feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com