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Leía hace unas semanas en «La Vanguardia» un artículo de Antoni Puigverd en el que reivindicaba el placer del croissant matutino, acompañado por un aromático café con leche y combinado con los no menos gratificantes efluvios de la tinta de un periódico nuevecito. Venía a decir Puigverd (cito de memoria) que esta deliciosa actividad está en declive, azotada por los vientos del miedo al colesterol y la tempestad de la (¿irreversible?) crisis del periódico de papel. Remataba el artículo con una resignada referencia a lo mal vistas que pueden llegar a estar esas pecaminosas actividades por lo que tienen de molicie y transgresión dietética, en contraposición a la admiración que suscitan hoy los resilientes que pasan el día a dieta, corriendo llenos de sensores, tecleando y reinventándose con un coach.

Qué decir de un desayuno con ensaimadas recién salidas del horno (pequeñas y sin rellenos), un periódico calentito desplegado en la mesa, y el cenicero preparado para el sublime cigarrillo post café que ayudará a liberar tus tripas de cargas indeseables. Pero claro, la ensaimada es grasa (debe serlo en alguna medida para tener el sabor adecuado), y el cigarrillo, ¡qué vamos a decir de esos cilindros cancerosos!, menos mal, que ahora dicen que el café es saludable. Y ya por fin enciendes el pitillo (uno de vez en cuando no puede hacer daño, dijo el doctor Antón Soler en su magnífico pregón lluïsser), das una bocanada, abres el periódico y te enteras de la última majadería del irascible Trump, o de ese Maduro con pinta de jefe de centuria falangista o de Kim Jong-Un, un niño consentido con cara de anuncio de galletas, o de los tres a la vez; si lo que lees es «Es Diari», conocerás además de primera mano cómo ha ido el último foro sobre el futuro de Menorca...

Con un desayuno así, lento, pausado y contundente, y debidamente informado, uno está en condiciones de iniciar un nuevo día en el que habrá dejado el teléfono móvil descansando, después del repaso matutino, así como el portátil, tableta o cualquier otro perverso artilugio que vaya a perturbar su designio de acometer una vida lenta (slow life, para entendernos) que es incompatible con ese agobiante control de las redes sociales y el histérico tecleo de los diferentes chats con esa trampa del «me gusta» que encierra a los feligreses en guetos autorreferenciales. Acotar el tiempo de inmersión en las redes es cuestión de supervivencia.

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2 Como tampoco es muy saludable irse de viaje para observar paisajes a través del encuadre de un teléfono móvil, o directamente de selfie en selfie, para subirlos rápidamente a la red y mostrar al mundo que lo importante no es lo que se ve sino que uno ha estado allí. Coñazo de mundo de narcisistas / exhibicionistas que redondearán su agobiante tarea tecleando prosaicos trinos (si al menos fueran poéticos…) a los que llaman twits y que pretenden pasar por sentencias sublimes, como las del twitero en jefe Donald Trump. Cuán diferente de la contemplación sosegada de un paisaje o de la vida misma, el devenir de tus congéneres, a través de tus propios ojos, o una lectura sosegada mientras escuchas el trino de los pájaros y aspiras el aroma de las flores…

Pero el no va más de la vida lenta es la gloriosa siesta o migdiada, que es palabra con encanto, como nuestro entrañable fosquet ( ningún aspirante a menorquín de adopción llegará serlo si no llega a comprender su sentido poético, como tampoco si no llega a captar el hondo significado de un mesquinet! pronunciado oportunamente y con la entonación adecuada). Pero el momento cumbre de una vida lenta acontece al acabar la siesta / migdiada, y abrir cautelosamente los ojos para cerciorarse de que los tres mastuerzos aún no han incendiado el mundo; es entonces cuando acaricias voluptuosamente la novela de turno, antes de sumergirte en la vida de otros que te hagan comprender cosas que nunca llegarías a entender si no sales del click del «me gusta» o de su equivalente literario el bestseller.

Claro que el ideal de una vida lenta (Menorca It does no run here, «Aquí no se corre», sería un gran lema turístico), es mucho más accesible viviendo en Menorca que en otros lugares, siempre y cuando los amantes del progreso y del Menorca Resort no nos construyan vertiginosos sexcalextrics y no se sucumba a la autoimpuesta obligación de aprovechar el tiempo para convertirse en recordman en llegar a Ciutadella/ Maó seis o siete minutos antes, o en víctima del aburrimiento por la falta de colesterol, buenas lecturas y sentido común. Amén y hasta luego.

P.S.- De damnificado a damnificado por el traidor ligamento cruzado de la rodilla: amigo Sergio Llull, tienes toda la solidaridad de este culé resignado, extensiva a tu fantástica familia. La recuperación es dura, pero acaba bien y espero y deseo de corazón que vuelvas a encestar a destajo, aunque sea al Barça. Qué li farem, ningú no es perfecte!...