Odio, por Salvador Dalí

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Hace quince días y en estas mismas páginas hablaba de violencia, centrándome más bien en lo que ocurría en Estados Unidos. Desgraciadamente, casi al mismo tiempo, tuvimos otro tipo de violencia en España, el acto de terrorismo en Barcelona. Otra prueba de que la violencia está en todos los puntos de la sociedad humana.

No voy hablar aquí de lo que ocurrió en Barcelona, demasiado ya se ha dicho en los medios de comunicación sobre un acto que unos usan de propaganda y que luego estos medios les hacen un servicio de amplificación. Desgraciadamente, eso solo contribuye a más propaganda y más odio. Ese odio que es directamente o indirectamente el combustible que alimenta la misma violencia.

Odio, por Salvador Dalí
Odio, por Salvador Dalí

El odio a quienes producen el terror es una reacción natural y espontánea que tenemos, pero que hay que evitar a toda costa ya que luego se generaliza y acaba siendo dirigido a quien nada tiene que ver con los actos cometidos. Recuerdo muy bien mi propia reacción al ataque de las Torres Gemelas en Nueva York.

Estaba yo en Japón cuando ocurrió el ataque. Me llamaron del laboratorio donde trabajaba para que no me moviera de la habitación del hotel. Al laboratorio lo cerraban ya que esperaban más ataques. Estuve en la habitación unas horas escuchando noticias y calentándome internamente, pero al final decidí salir a trabajar. Aquello no tenia ningún sentido. A los pocos días al regresar a casa me fui directo al taller de escultura a empezar algo para desahogarme. Empecé una talla de Santiago Matamoros.

Al poco de haber empezado la talla me di cuenta de lo que estaba haciendo, intentaba descargar mi odio acumulado contra todos los musulmanes. Hacía como los terroristas, descargar el odio contra quienes nada tiene que ver con lo pasado. Nunca acabé la talla y allí está, en un rincón, el trozo de madera para recordarme mi propia estupidez. A veces me da angustia mirarlo.

Hay que evitar que ese odio se acumule dentro, ese resentimiento mezquino y ciego. A veces la gente pregunta: «¿Cómo esas personas pueden ser tan malas?». Nos olvidamos de nuestra propia historia en la que quienes han controlado el poder han usado la religión para fomentar sus intereses. Se dirá que eso era en tiempos pasados, pero no tan pasados. No me voy a remontar a las cruzadas, ni a la quema de judíos y herejes. Sí, esos eran otros tiempos que queremos olvidar. Pero en la misma Guerra Civil en España se vio a la religión siendo una parte muy directa de todo el problema. Para algunos todos los curas eran culpables de los abusos de una jerarquía eclesiástica ligada a los poderosos que oprimían al pueblo, así vimos matanzas de curas y asesinatos de católicos. Para los otros, Dios estaba a su lado y podían encarcelar e incluso matar con impunidad a quienes no opinaban como ellos.

Esto pasaba con una religión en la que su fundador, aquel Jesús de Nazaret del que normalmente nos olvidamos, solo hablaba de amor y de perdón. La institución que incorporó esta religión y los poderes de los estados transformaron a aquel Jesús en rey y alentaron a cometer muchos actos de violencia en su nombre.

Ya dijo Antonio Machado:

«Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón».

Para mí, nacido solo cuatro años después de aquella horrible guerra y oyendo historias de la familia y de conocidos cuando era niño, las dos Españas me helaron el corazón. Se notaba ese odio ciego acumulado tras años de guerra y actos atroces. Odio que venía de antes, de situaciones injustas, y que se magnificó con las atrocidades de la guerra y de la postguerra.

Desgraciadamente, parte de este odio aún se sigue notando. Para muchos, aun siguen las dos Españas. Basta ver ese odio en los insultos que se dirigen los políticos entre ellos. Incluso hemos visto estos días a un cura durante una homilía usar Barcelona para fomentar el odio a los políticos que no son de su agrado. ¿Cuándo emergerá con fuerza la tercera España que nazca del respeto mutuo y sin odio?