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Recibir visita en agosto y hacer de guía turístico con más o menos acierto es un clásico del verano menorquín. Mi primera recomendación no es un consejo como tal sino siempre una misma pregunta ¿por qué agosto? Y la respuesta también suele coincidir siempre, son las obligaciones laborales y escolares, si se tienen hijos, las que marcan el calendario del turismo nacional, aunque eso encarezca el precio del avión y del hotel e implique encontrarse con más gente en todos lados. A continuación en su lista de deseos están las playas de aguas turquesas, barcos flotantes y arena lo más caribeña posible, exactamente lo que han visto en revistas, webs y anuncios promocionales. Uy!, advierto, para ir a Macarella o Cala en Turqueta este año hay que madrugar mucho y se llenan las calas. Obviando por supuesto detalles de los altercados vividos en los parkings.

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Hay casos en los que gana la sensatez: de vacaciones ni Macarella les hace levantarse a las 7, porque vienen precisamente para lo contrario. Y si les sondeas sobre cómo resolverían ellos el problema, muchos son comprensivos y creen que se debe respetar la capacidad de la playa, porque ampliar más y más solo conseguiría el efecto contrario, mucha afluencia y menos paraíso. El turismo es una actividad con una enorme capacidad de autofagocitarse, de morir de éxito. Pero la cuestión es que no deja de ser un fiasco que alguien que ha pagado religiosamente sus vacaciones, que gasta sus ahorrillos, que es respetuoso con el entorno, y que si no puede visitar la playa que lleva esperando en largos días grises y de trabajo, pues coge un tramo de Camí de Cavalls y admira el paisaje, se lleve el desengaño. Así que es normal que en las redes sociales, el termómetro actual de la opinión pública, critiquen que no han hallado lo que esperaban en esas playas vírgenes. Si el aforo en los espacios naturales es limitado, habrá que contarlo en ferias y folletos. Lo otro se llama publicidad engañosa.