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Queridos colegas (ser tabernero portuario me habilita para trataros de tales): ni me creo más tonto ni mucho menos más listo que el grueso del gremio, vaya esto por delante. Una vez aclarado este vital punto me siento animado a compartir con vosotros algunas reflexiones que me asaltan desde hace lustros.

¿Habéis notado, como yo lo he hecho, que los pasados días en los que el puerto -o al menos uno de sus tramos- fue bendecido con la ausencia de tráfico rodado, parecía un reluciente paraíso desplegado ante nuestras propias narices como por arte de magia? Ninguna puñetera moto rasgando los nervios, ningún coche con la música a todo lo que da, ningún pitido. Cero sobresaltos. Cero stress. Paz, armonía, paseantes en animada charla, terrazas llenas a rebosar, un verdadero museo de maravillosos barcos de época flotando silenciosamente en muelles y pantalanes; un sitio único en definitiva.

Ahora, con esta experiencia iniciática todavía fresca en nuestro recuerdo os comentaré lo que ha venido sucediendo desde tiempo inmemorial con el tema de la peatonalización de áreas comerciales y de ocio en ciudades y pueblos (sin distinción de lenguas, ni acentos) del extraño país que habitamos. Paso uno: los ayuntamientos anuncian la peatonalización de un área. Paso dos: los comerciantes pían. Paso tres: sobre este paso debo abrir una disyuntiva (me perdonen los impacientes); 3a) Ayuntamientos valientes y con ganas de currar, exploran la vía a pesar de la protesta; 3b) Ayuntamientos «no vayamos a joderla», o «dejémoslo para otro momento, que este mes tengo una boda», cierran el expediente. Paso cuatro (solo aplicable cuando se dio la disyuntiva 3a): se implementa la medida. Al cabo de un par de años los comerciantes ya no se quejan. Es más, no quieren oír hablar de volver a la situación anterior (¿necesitáis que ponga ejemplos cercanos de esta performance?

Pues bien sobre esta sólida base experiencial propongo:

Comerciantes del puerto de Mahón, apuesto doble contra sencillo a que la peatonalización temporal y regulada del puerto será una realidad tarde o temprano (llegará un equipo de gobierno municipal con ganas y capacidad -espero- que lo asumirá como objetivo). Cuanto más tardemos en implementarla, más tardará este puerto en desarrollar su verdadero potencial como espacio inimitable dentro de Europa. Obviemos pues el paso dos y pasaremos directamente al paso cuatro.

¿Tiene riesgos la medida? Todo cambio es incierto y tiene riesgos, pero somos emprendedores, se supone. Además no necesitamos apostar a todo o nada. Se puede probar un mes o dos el año que viene (julio y agosto), y ver qué pasa.

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Si quisiéramos intentarlo debemos hacerlo saber a nuestros gobernantes. Habremos de insistir en que se precisan al menos dos importantes bolsas de aparcamiento (la existente del ascensor hace tiempo que no basta) en Cala Figuera y la Colársega.

Ahora bien, si algún comerciante ha leído por casualidad esta soflama proselitista y ha quedado convencido, me veo obligado a recordarle las murallas a escalar:

El edil tipo (hay excepciones que hemos conocido bien no hace tanto tiempo) considera, no sin cierta sabiduría instintiva, que se está infinitamente mejor (yo mismo lo sé por experiencia) sin hacer nada que moviendo el trasero, y aunque es humano que muchos políticos se acojan a este precepto, no deja de ser contraproducente para la causa.

Paralelamente: La oposición de los comerciantes no ayuda.

Recordad, queridos colegas, lo que sucedió con las jardineras que permiten hoy día al cliente disfrutar del panorama en lugar de hacerlo del letrero de la furgoneta aparcada entre ellos y el mar. Fueron años de petición de esta medida (al menos por parte de quien les escribe), años de oídos sordos y después, cuando el equipo de Águeda Reynés cogió el toro por los cuernos, meses de descalificaciones hacia la idea de los propios colegas que veían la medida como un error. ¿Quién se atrevería hoy día a calificarla como tal?

Pido perspectiva, colegas. Ambición; y no de pasta, que quizás no se llegue a duplicar, sino de calidad de vida.
He dicho.