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Fotografiar fauna salvaje puede ser por su dificultad un ejercicio desalentador, las malas jornadas serán tan abundantes que no me parece nada raro que la mayoría de los apenas iniciados, acaben aburriéndose y lo dejen.

Después de mis viajes por África y habiéndose cumplido las expectativas que tenía en cuanto a fauna, ya me pareció imposible que consiguiera este año otro animal que superarse en dificultad a cualquiera de los cinco grandes, y por supuesto que igualase la belleza del leopardo africano… me equivoqué, no contaba que durante los días que hemos pasado por tierras andaluzas: Montes de Andújar, Valle del Guadarrizal (Jaén), zona de Aljarafe (Doñana), tendríamos la suerte de fotografiar un lince. Para mí, cualquiera de esas zonas tan extensas y tan cubiertas de capa vegetal son el pajar y el lince la aguja, sobre todo cuando la zona por la que se decide montar una espera se hace por intuición, quizá porque uno en sus ansias se llega a decir a sí mismo «si yo fuera un lince no dejaría de venir por aquí, hay lagomorfos (conejos) con algún trozo de tierra solo cubierto por la cascoja de la bellota que se zampan los jabalines, hay una trocha de entrada y una de salida, por si las cosas se pusieran feas», un apretón de zarzas que hasta puede un hombre andar por encima, por debajo un buen encame para el lince. En definitiva una zona atractiva para una espera metido dentro del espeso cobijo de una frondosa mata, diciéndome a mí mismo: «esto es como encontrar una aguja en un pajar».

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Durante dos días por no ver ni se me presentó en la zona otro ser vivo que las molestas hormigas que nunca faltan para mortificar con sus mordiscos y su ácido al aburrido esperista. Se necesita una buena dosis de afición para seguir plantándose de buena mañana en el mismo lugar y con las mismas hormigas. Cualquier animalillo que aparezca ante nuestros ojos, servirá para aliviar el tedio del monótono paisaje. Por eso me alegré cuando de repente apareció un arrendajo, para mí el más bello de los córvidos españoles, lamentablemente muy escaso. Las idas y venidas del arrendajo me distraían, cuando al pronto, inesperadamente se voló a lo alto del apretón de arbustos y zarzas, dejando oír su garrulo canto de alarma.

Algo estaba viendo, cuando efectivamente, apareció "la aguja" un precioso lince Lynx pardinus despacio, sin ninguna prisa, incluso tumbándose como esperando algo o simplemente descansando. Fue como la más bella imagen que un esperista pudiera soñar. Les aseguro que es una de las cosas más impactantes como animal salvaje de cuantos he visto este año. Un lince ibérico es la gran ilusión de un aficionado fotógrafo de fauna salvaje. En época de celo, entre enero y febrero, como el gato doméstico o el gato montés Felis silvestris. Me han contado guardas y biólogos más de una vez en los años que llevo yendo a Doñana, que es más fácil dar con él, porque amplía su trashumancia en busca de una hembra receptiva para aparearse, eso le vuelve más descuidado. Sin embargo, éste no era el caso, por lo que pensé que simplemente la zona alguna vez la frecuentaba al ir y venir en busca de comida o quizá para ir a su escondite en un tronco de un centenario árbol hueco, una zona rocosa, un apretón de zarzas, de manera que, por más que me plantase en el mismo sitio camuflando el olor de botas, manos y cara, restregando espliego, jara, cantueso, romero y el penetrante olor del tomillo, para anular el olor corporal y la frondosa mata me hiciera el favor de la invisibilidad, seguramente no volvería a ver aquella increíble visión de un lince ibérico. Lo intenté en días sucesivos y sólo localicé una urraca, el arrendajo y las puñeteras hormigas que no tenían ninguna dificultad en localizarme a mí todos los días.