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En Arabia Saudí, país famoso por su petróleo y por respetar los derechos humanos como ningún otro en el mundo, le han concedido la nacionalidad a un robot llamada Sophia. Ya ven, queridos lectores, apenas tienen derechos las mujeres del país, que se ven obligadas a llevar velo, a tener un guardián o tutor, y hasta hace nada no podían ni conducir, ni los inmigrantes que se parten el lomo levantando las infraestructuras de los jeques bajo un sol de justicia por cuatro monedas, y sin embargo le otorgan la nacionalidad a un androide.

Es decir, para las autoridades de Riad es más importante un conjunto de cables y circuitos integrados, que las personas de carne y hueso, ya sean mujeres saudís o trabajadores inmigrantes. Eso sí que es una interpretación libre del Islam, vaya tela de gobierno. Aunque tampoco nos escandalicemos en exceso, no olvidemos que su régimen se define como una monarquía absoluta, y nada bueno se puede esperar de los reyes, quien no me crea, que le eche un vistacito a la Historia. A los monarcas les va eso de torturar, golpear y encarcelar a todos aquellos que les toquen la corona. De hecho, en Arabia Saudí se siguen decapitando personas en público, muy moderno todo.

Así es Arabia, sin embargo nuestro gobierno, y nuestros reyes, no tiene ningún problema en hacer los negocios que hagan falta con ellos, la pela es la pela y un 3 por ciento que diría cualquier Pujol. Viajecitos al desierto, caballos de lujo por medio, tacita de té en mano a la sombra de la jaima y a cerrar negocios, unos cuantos cohetes para ti y unos cuantos barriles para mí. Sellamos el trato con una carrera de Ferraris, cazamos algo, y después nos metemos en el yacusi de la suite de los grifos de oro y tira milla, que cuando hay dólares los dioses se llevan de maravilla.

Capitalismo salvaje y voraz, donde si el dios dinero manda no hay quien te tosa. Tampoco va a estar la comunidad internacional tocándole los rollitos de primavera al gobierno chino, otro gran defensor de los derechos humanos, si China se constipa, estornudamos los demás. Con estos gigantes de la pasta y la súper producción nos callamos, no vaya a ser.

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Ahora, el politiquillo mediocre, perdón por la redundancia, se envalentona y se pone gallito con otros gobiernos más débiles, para autoproclamarse los grandes defensores de los valores democráticos, paladines de la justicia, abanderados de la igualdad y líderes en la defensa de los más necesitados. Dios santo, es para vomitar ante tal exceso de hipocresía y cinismo. Han masticado la ética y la han escupido bien lejos para que no moleste. Prefieren los robots a las personas porque les sale más barato, punto y pelota, no le den más vueltas.

No somos idiotas, no del todo al menos, y sabemos que bajo las banderas, los dioses y los grandes discursos huecos, lo que se mueve es el vil metal. Todo es un disfraz para seguir haciendo caja. Por eso debemos desconfiar de los trapos de colores, de los líderes de cartón piedra y de los diosecillos usados al servicio del mejor postor.

Samuel L. Jackson, que tiene el don de estar en todas partes, no hay peli reciente en la que no salga, dijo en «Jungla de cristal 3»: «No me llamo Jesús, me llamo Zeus. Como el dios del monte Olimpo, el de no me toques los cojones que te meto un rayo por el culo». Puestos a elegir nos quedamos con los dioses del cine y de los comics, igual de reales y divinos que los otros, pero mucho más divertidos, palabrita de Thor. Feliz, humano y nada robótico, jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com