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Para empezar, el periodista de guardia estaba cabreado. Sobre eso no existe la menor duda. Su furia había sido certificada por el redactor jefe, su compañero de mesa, el repartidor del diario y un colaborador…

- ¿Te das cuenta? Estás reescribiendo el Cuento de Navidad de Dickens…

Y, sin embargo, el periodista de guardia –lo siento- está cabreado. Y, sobre eso, no existe la menor duda… Ha fichado a las 16:00 horas. En ayunas. Suele suceder los 26 de diciembre. La resaca –ya saben-. Y, a las 16:20, ha recibido ya treinta y siete llamadas telefónicas en las que le hablan de treinta y siete belenes hermosísimos que se han instalado en treinta y siete domicilios particulares, juntamente con treinta y siete requerimientos urgentes para que, en un máximo de treinta y siete minutos, se desplace a las susodichas treinta y siete viviendas, un fotógrafo para que efectúe treinta y siete fotografías a publicar en la página treinta y siete del rotativo en el que trabaja…

El periodista, al que llamarás Marley por razones que con posterioridad especificarás, se dice, en esa tesitura, que odia la Navidad. No por razones conocidas, sino por la cantidad e inanidad de noticias que pare y que, para sus protagonistas, son, no obstante, de enorme trascendencia…

Marley observa la redacción vacía, por la que ahora no pulula sentimiento alguno, ni ajetreo alguno, ni calor humano alguno… Y se siente solo. A las 16:40 piensa en las treinta y siete imágenes de treinta y siete portales que anidarán sobre su mesa y decide proponerle al gerente que edite un álbum de cromos para sacar provecho a tanto material «belenístico». A las 16:45 echa una ojeada a las «cartas de los lectores». El buenismo las ha mudado en meros agradecimientos: «A mi vecino, que ya me ha devuelto la bombona de butano»; «a mi suegra, que ha tenido el detalle de espicharla el día de Navidad»; «a mis compadres, por la cogorza de ayer», «a los que colaborarán en la próxima cabalgata»…

¡Dios! –exclama Marley-. ¿Con qué lleno la edición de mañana? Lo de las elecciones catalanas ha quedado ya diluido por lo de la lotería y lo de la lotería por lo del clásico y lo del clásico por…

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A las 17:30, y con algunas copas de cava subrepticiamente ingeridas, Marley se enfrenta a otro mihura… No ha ojeado aún las colaboraciones que duermen plácidamente en la carpeta ad hoc, pero apuesta los 23 euros que le quedan a que, entre ellas, encontrará tres clásicos: un artículo en el que el autor especifica lo que le ha pedido a los Reyes Magos; otro en el que se hace referencia al consumismo de estas fechas y el último, insoslayable, en el que, con sarcasmo, se hace patente el intrínseco anhelo de que estos días pasen ya…

A las 17:50, Marley comprueba que conserva sus 23 euros…

A las 19:00, consumidas ya las dos botellas de cava, Marley medita suicidarse… Y es que ha llegado la hora de asomarse al mundo de los conciertos navideños, eventos musicales y representaciones infantiles…

A las 19:35 recibe treinta y siete quejas de treinta y sietes familias que todavía esperan al fotógrafo…

A las 20:00, Marley se da cuenta de que, en el día de hoy, no se ha muerto nadie, así que, por carecer, carece incluso de esquelas…

A las 23:55 se despierta. Al parecer lleva casi cuatro horas dormido. Cierra la edición en estado de embriaguez. Justificado. Al día siguiente, en la portada, se cuenta como Puigdemont ha fichado por el Madrid, como ha ocurrido algo con un gordo, como se urge de la presencia de setenta y siete fotógrafos, como una suegra se ha escaqueado de una cena y como un tío ha ganado una porra por no sé qué rara apuesta sobre un no sé qué de artículos de opinión…

Marley se siente morir… Como murió el de Dickens. Pero se consuela diciéndose que, a la postre, peor hubiera sido librar ese día y almorzar con su nuera, su caniche y el resto de familiares impuestos, que no escogidos. Y sentado, como siempre, junto a un belén, a la espera de un fotógrafo…