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Cuando empezamos un nuevo año damos rienda suelta a los propósitos de enmienda, algunos ya son crónicos, porque no caemos en la cuenta que son los mismos del año pasado, y que no hemos cumplido. Llevamos muy a regañadientes cumplir con obligaciones que nos ponen los políticos, tragamos porque no nos queda otra, pero eso de cumplir con obligaciones que nos ponemos nosotros mismos, suele durar tan poco que a veces ni los empezamos.

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Dejar de fumar, dejar de beber sin sed y de comer lo que tanto nos gusta, quieras que no es difícil. Hace falta voluntad, condición humana de ordinario escasa y que no podemos comprarla en la farmacia, viene o no viene en nuestro ADN, aunque se puede adquirir con la práctica. Un fraile por lo menos de ciertas órdenes, no nace con la facultad de la austeridad ¡hombre! Unos propósitos de enmienda para empezar bien el Año Nuevo tampoco es para ponerse hecho un benedictino. Todo eso nos pasa porque durante el año no hemos sido ni una pizca de austeros, a veces nos hemos pasado unos cuantos pueblos, o sea, que venimos con el barbecho no solo sin desbrozar, es que además lo hemos abonado y algunos a conciencia. Un servidor de ustedes ha cumplido a medias con el propósito de perder peso, todo que gustándome guisar y ser confeso y convicto un gastrónomo felizmente en ejercicio, además de comer con mis dos mujeres (léase mi mujer y mi hija) no lo he tenido fácil, pero si yo que soy un pecador lo he medio conseguido, si ustedes lo intentan lo conseguirán… casi seguro.