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Durante algunas décadas las reivindicaciones con mayor presencia en los medios y en las calles han procedido de los movimientos de izquierda o nacionalistas. Sin embargo, algo ha cambiado en los últimos meses.

La imprudencia del nacionalismo catalán al forzar un proceso sin salida ha provocado la reacción del nacionalismo español. En Menorca todavía hay balcones que exhiben la bandera española y casi ninguno con la señera o la estelada. Por otra parte, la propuesta de un decreto para exigir el nivel B2 de catalán a los médicos ha conseguido reunir a unas 1.500 personas en una manifestación de protesta. Las concentraciones en la calle de unionistas o en contra de la exigencia del catalán antes obtenían escasa respuesta. Hoy se equiparan e incluso superan a las que organizan los catalanistas o los grupos de izquierda, que han promovido nuevas plataformas para recuperar presencia social.

La diversidad de pensamiento siempre ha existido y no es un problema (tendría que ser una riqueza), pero cuando se expresa como el fruto de la radicalización de las ideas hay que preocuparse.

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Y después habría que ocuparse de encontrar otras soluciones, más allá de la libertad de expresión de las ideas.

Hay que esforzarse para que nuestra lengua propia deje de ser un problema. Existe una presión para exigir el uso de las formas dialectales por encima de un lenguaje estándar que nos pertenece a todos, no solo a los catalanes. Esta presión con intereses políticos ha encontrado eco entre quienes se preocupan por la sanidad. Por decreto puede resultar que la operación vaya bien, però madona...

Lo mismo sucede con el conflicto catalán. No es difícil cargarse de razones y ajustar los argumentos a la posición que cada uno defiende (teoría de Marx, Groucho). Lo más complicado y lo que vale la pena es saber ceder en algo para alcanzar el mejor acuerdo político. Un poco de cordura ante el proceso de radicalismo que avanza imparable.