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La deriva catalanista es una tendencia indisimulada de los partidos radicales de izquierda que comparten el ejecutivo en el Govern balear y el Consell Insular de Menorca en la presente legislatura. Los ejemplos son constantes, tanto como su admiracion y apoyo explícito, incluso físico, al controvertido proceso que ha llevado a Catalunya a una situación impregnada de surrealismo sin obviar que una parte importante de los catalanes han sido seducidos por una clase política incapaz de calibrar las consecuencias de sus actos. Incluso los gobernantes del Archipiélago ya han insinuado que Balears, a la larga, debería seguir una trayectoria similar.

Ese giro nada novedoso hacia el catalanismo -porque siempre formó parte de su ideario- acusado por los partidos nacionalistas de Balears, sin embargo está obrando un efecto muy distinto a sus intereses generales. Hasta ahora el carácter de las gentes de aquí, poco dado a pronunciarse públicamente, hacía que solo los responsables de las formaciones políticas de planteamientos opuestos y algunas asociaciones que defienden 'lo balear' por encima de todo o las peculiaridades de cada Isla, pusieran el grito en el cielo cada vez que otra muesca catalanista ganaba terreno en las islas.

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Pero esa deriva ha comenzado a superar la moderación general de este territorio. Las redes sociales vienen llenas del rechazo a la extensión de la lengua y la cultura catalanas como identidades adoptadas que no propias de esta comunidad. La imposición del catalán en la sanidad pública es uno de los más claros ejemplos que está sacando a la gente a la calle para frenar esta iniciativa.

Esa movilización popular, que guarda cierta similitud con la mayoría silenciosa de Catalunya, presente y visible desde el avance del proceso como nunca desde la llegada de la democracia lo había hecho, supone un freno a los propósitos de las formaciones nacionalistas de las islas, que pueden verlo reflejado en las próximas elecciones. Es el efecto contrario al catalanismo.