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Jordi Llavina acaba de publicar «Ermita» en Meteora Poesía. Se trata de un larguísimo poema en octosílabos, según indica Mónica Miró i Vinaixa en el epílogo, en el que el autor vuelve a subir a la ermita de Sant Pere del Puig, como ya hiciera en sus años mozos, y evoca, al filo de los cincuenta años, las sensaciones que le produjo el paisaje de juventud desde la nostalgia de los tiempos idos. Cabe decir que se trata de un poema muy bien escrito, sentido en lo más íntimo, con un lenguaje auténtico –la autenticidad que dan las palabras autóctonas en un autor que sigue viviendo en Gelida, en la tierra donde nació— y con la mirada puesta en lo vivido, que vuelve a aflorar en sus versos teñido de nostalgia, a lo mejor hasta idealizado, suavizado, mitificado por el paso del tiempo o la memoria selectiva. Se trata, también, de un trabajo bien hecho. En la página de agradecimientos se citan más de cuarenta nombres de amigos que han leído y anotado el libro, previamente a su publicación, lo que implica más de cuarenta visiones diferentes que el autor ha tenido en cuenta. Hay que ser muy consciente de lo que uno hace para realizar tanta labor de prueba, querer, desde luego, dejar escrita la mejor obra bien hecha posible. Enhorabuena, pues, a Jordi Llavina, que además debe de tener el don de la amistad, para ser capaz de reunir a tal legión de colaboradores.

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«Ermita», que cuenta además con fotografías de Josep Massana, es un poema narrativo, y en eso deja entrever al narrador que Jordi Llavina lleva dentro, que ya se ha manifestado en una obra realmente extensa y con unos éxitos notables. Bueno, también debe de llevar en su interior un periodista nato, puesto que colabora con acierto en casi todos los medios audiovisuales de Barcelona y se pasa la vida entre idas y venidas de la capital a sus lares como verdadero correcaminos de las letras. Y en lo narrativo Jordi Llavina se ha demostrado amante de transformar la realidad que le envuelve, desde la infancia al pasado inmediato, en buena literatura, algo que ha puesto en práctica en sus relatos y también en sus poemas, algo que además busca con afán en los libros que lee. Sabe lo que quiere y a ello se atiene. Y lo que quiere en «Ermita» es describir la sensación que le produce el paisaje, desde el presente hacia el pasado, extasiarse ante la luz mediterránea que llega a lo alto de la ermita, rodeada de cipreses e intocada a lo largo de los años, y rebuscar en la memoria lo esencial de la existencia.