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Madre mía, tengo un hambre espantosa y no sé qué hacer. No, no estoy a dieta, ni estoy en plena operación bikini, aunque algunos amigos demasiado sinceros me lo recomienden. La cuestión es que últimamente me está llegando demasiado información sobre los alimentos, y tengo tal lío mental y tanto miedito ante los mensajes apocalípticos, que no se que comprar, donde comprarlo, como cocinarlo, ni cuando comérmelo. No hay derecho a que le hagan esto a un hipocondríaco nivel pro, debería ser ilegal, ¡dónde está la Constitución cuando se la necesita!

La vida te lleva por recovecos inesperados, y a mí me ha puesto, en un periodo muy breve de tiempo, en contacto con vegetarianos, veganos, crudívoros, macrobióticos y runners. Los más pesados son los corredores fosforitos, les quitas la aplicación para medir sus tiempos y es como si les arrancaras el alma.

El caso es que cada uno tiene su biblia, sus mandamientos, sus comidas sagradas y sus comidas prohibidas, pero a pesar de eso de todos ellos se puede aprender más que del comedor compulsivo de comida basura, apalancado delante de la pantalla mientras ingiere grasas trans y cantidades ingentes de azúcar, y que cada día que pasa se parece más al habitante prototípico de Memphis, no por el buen blues, si no porque es la ciudad con más obesos en el país del sobrepeso, llamado también el rancho del loco Trump.

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Lo que si tienen casi todos, en mayor o menor medida, es cierto afán mesiánico, quieren expandir sus creencias y dan consejos sobre lo que debemos o no debemos comer. Supongo que cuando alguien cree que ha visto la luz salvadora, no quiere que los demás ardamos en las llamas del infierno del colesterol.

Lo cierto que si uno ve el documental producido por Leonardo Dicaprio, «Cowsporacy», o ve en cualquier reportaje animalista, como se trata a los animales en muchas granjas, se te quita las ganas de comer carne. Si ves los reportajes sobre la Monsanto Company y sus pesticidas y mierdas transgénicas se te quitan las ganas de comer frutas y verduras. Si te informas sobre la cantidad de mercurio y otros metales pesados que tienen los peces, se te cierra el estomago cuando oyes hablar de productos del mar. Y si no está la cantidad industrial de azúcar que le meten a todo, véase la pagina sinazucar.org, van a flipar queridos lectores. Por no hablar del aceite de palma, la acrilamida que sueltan el pan, el café, o cualquier cosa que se tueste, el aspartamo, o cualquier otra sustancia posiblemente cancerígenas. Además las etiquetas mienten más que un político rellenando su currículum, ¡no se puede comer de nada!

Cuando uno se resigna a beber solo agua, publican que la mayoría de marcas de agua embotellada contiene partículas de plástico, y el agua del grifo nitratos para aburrir y cal como para que se forme piedras del tamaño de un monolito en el riñón. Bien, ni beberemos ni comeremos, viviremos del aire... pues tampoco, el aumento de la contaminación atmosférica reduce la esperanza de vida en más de diez años, esta es la conclusión de un estudio realizado por Mikael Skou Andersen, de la Universidad de Aarhus (Dinamarca). Vamos, que respirar también mata, y sin inhalar aire, más de unos minutos, no vive nadie.

No sé, igual tenía razón el escritor francés Michael de Montaigne cuando dijo que «el que teme padecer, padece ya lo que teme». Así que intentaré moverme, comer de todo y acompañarlo de una cerveza bien fresquita. Sobre el lúpulo, que yo sepa, nadie ha escrito nada malo. Feliz jueves.