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El escritor norteamericano Mark Twain afirmó que los dos días más importantes de nuestra vida son el que se nace y el que se desvela el motivo que conlleva haber nacido. Y este no es otro que el que eclosiona el espíritu, poco menos que desatendido, protagonista secundario, raramente estelar en el curso de nuestra trayectoria; el día que las entrañas nos comunican el compromiso categórico con los deberes y por lo tanto el soslayo de las memeces en aras de una obligada cohesión con la ley universal. Nos cercioramos en definitiva de que la licencia para experimentar, improvisar o fantasear concluyó. Somos, en fin, conscientes, de qué no nos dirigimos, extraviados, a ninguna parte, sino a algún recóndito lugar del Universo.

Soren Kierkegaard indicaría que el tema que nos ocupa es el ingreso del ser humano en la 'fase religiosa'. Discernía pues este pensador danés que el hombre después de surcar la fase estética y la fase ética, sondea finalmente la religiosa. La presión y la angustia de la existencia, entrada ya la senectud, nos abisma a diversas reflexiones en dirección a la cúpula del cosmos. En resumidas cuentas religamos -ligar, religare, religión- este mundo con otro.

No tiene de todos modos correspondencia mi planteamiento con la cúpula del cosmos, sino con la sima de nuestras entrañas, con los frecuentes mensajes internos del espíritu, informando notoriamente que si se ejecutan por fin los deberes y se obvian las memeces se reducirá la frustración, la desazón, y subirá la autoestima. No se trata pues de caer en manos de Dios, sino de uno mismo, porque Dios no arregla las cosas, las arreglamos nosotros. Se trata de actuar según el decálogo del 'modelo ideal', sustituto divino en el sentimiento. Se trata de esto.

2 EL MECANISMO del hombre prehistórico funcionaba como el del Medioevo, el contemporáneo y el del futuro. Fue, es y será siempre de esta manera. La religión natural nunca se centró en sumisiones, miedos o angustias sino en el seguimiento a pie enjuto de los dictámenes internos, concordantes con la legislación universal. Hasta la tercera juventud, sintonizamos, como bien expresa Kierkegaard, con la estética y con la ética obviando habitualmente el espíritu, pero su eclosión, entrada la cuarta, conecta con la razón y nos pone en guardia.

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Cuando alcanzamos el segundo día más importante de nuestra vida desvelamos que de reconvertir finalmente el caprichoso carácter, el talante hosco, la sensualidad, el engreimiento, la insolidaridad, etc., nos sentiremos mejor dentro de nuestra piel, de lo contrario empeoraremos. Y esta es nuestra religión, no ser un facsímil de nosotros mismos, poco menos que repudiado, no ya cognitivamente, sino de manera consciente. Se nos notifica además por vía interna que la reconversión es en beneficio propio, nuestra altura moral provocará pues que hasta los enemigos aprecien tan conciliadora actitud.

El segundo día más importante de nuestra vida es puntual y acontece la jornada que hemos dado salida a todos nuestros fantasmas, nuestros demonios y nuestros dioses. Será en distinto día, hora, mes y año en cada uno de nosotros. Dependerá de tantas variantes personales. Pero sucederá a todos, sin excepción.

Despejadas nuestras entrañas, el espíritu, aprisionado hasta entonces, invade a sus anchas el sentimiento, penetra en la mente y vocea estentóreamente:

Ser o no ser.