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El poder no siempre da la cara y más hoy en día que, si pueden, te la parten. Una cosa es el poder absoluto, autoritario, que no admite discrepancias; y otra ese deporte nacional de criticar al que manda (si no es de los nuestros) como forma gratuita de desahogo. Los líderes visibles están expuestos al vituperio, al insulto, al linchamiento mediático… pero, ¿quién mueve los hilos en la sombra?

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Trump es fácil de parodiar. Como Rajoy, Puigdemont o Iglesias. La gente se mete menos con Putin, Maduro o el de Corea del Norte porque dan más miedo. La democracia es el paraíso de la sátira amparada por la libertad de expresión. Al poder oculto le da igual. En otros tiempos se hablaba de poderes fácticos, ahora de grupos de presión o lobbies. No seamos ingenuos: Trump parece una catástrofe pero sus decisiones no las toma solo ni responden a impulsos incontrolables. La geopolítica nos dice que todo está cambiando y sufriremos las consecuencias. Se rompe un pacto nuclear y sube el precio de la gasolina. Si no sabemos más, quedamos desconcertados, con cara de circunstancias. Pero hay una guerra oculta, líderes ocultos y armas ocultas. No todo es lo que parece. Nos creemos expertos pero sabemos muy poco. Cuando nos dicen que podemos decidir nos sentimos poderosos por repartir cargos y subvenciones, pero nuestra capacidad de acción es limitada. Las encuestas detectan estados de opinión colectivos, pero suele decidir el voto oculto.