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Los cargos orgánicos de Podemos, prietas las filas, han mutado los ideales por la obediencia ciega al líder. Visto desde la no militancia, pero seguidor del discurso de Pablo Iglesias, lo ocurrido con la compra de un chalé de señorito constituye un auténtico fraude al mensaje -con valor de contrato- en torno al cual ha recaudado millones de votos.

Pero como dicen sus paniaguados, colocados y retribuidos ahora por el horario público, «es un asunto personal». Solo los verdaderos herederos del «indignez vous», sin cargo público, o voces apartadas por ser críticas con las decisiones del jefe, han dicho algo, pero con la vergüenza de quien ha perdido la inocencia del «partido de la gente», «el de los de abajo contra los de arriba».

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Lo extraño no es lo que ha hecho la pareja, que es lo que haría cualquiera con posibles, sino el silencio atronador de las bases indignadas y la consulta para legitimar políticamente el chupinazo inmobiliario.

Como toda revolución política, Podemos nació como bendito movimiento ciudadano y se ha convertido en un partido jerárquico que recuerda aquel eslogan falangista «no hay más libertad que en la sumisión», que sirve igual por un lado que por otro porque, como decía don Miguel de Unamuno, «bolchevismo y fascismo son las dos formas de una misma y sola enfermedad mental colectiva».

El plebiscito convocado para vestir de decente el fraude del líder, impasible el ademán, culmina la barruntada evolución hacia el viejo bolchevismo. Los anticapitalistas, la corriente que mantiene la coherencia, piden la abstención para no participar en la farsa de «esas dos formas de una misma enfermedad mental». Recuerda el proceso a Nicolás Maduro y no debe de ser casualidad, ha ganado la abstención con sobrada mayoría, pero él sigue. Les unen las ideas y la estrategia.