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Otro Mundial de fútbol en el ambiente. Adrenalina y opio del pueblo debidamente dosificados. El mundo en vilo, pendiente de un partido de resultado incierto. Héroes y villanos de puro músculo. Inteligencia a través del movimiento. Pedro Calderón de la Barca escribió que la vida es sueño, pero hoy podríamos afirmar que la vida es juego. Y los juegos, juegos son. Somos lúdicos cual niño con un balón nuevo y unos calzones cortos, correteando sobre el césped. El espectáculo está servido. El fútbol es un deporte de masas que condensa lo que para muchos es la realidad misma. Lucha, competencia, sacrificio y victoria... o amarga derrota que cuesta digerir. El gol es un orgasmo colectivo.

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Nos identificamos con deportistas excepcionales: Nadal, Llull, Iniesta... Hoy el fútbol se confunde con la política y adquiere características sectarias y primarias. La tribu se reúne alrededor del terreno de juego con sus cantos de guerra y sus variados colores. El azar también juega su papel. Ni somos tan buenos cuando ganamos, ni tan malos cuando perdemos. No deberíamos olvidar el fair play o elegancia. Saber admitir algún valor positivo en el adversario. Saber perder. Es lo que ocurre la mayoría de veces. Al fin y al cabo, otros juegan por nosotros y desde el sofá de casa es muy fácil hablar. La geopolítica es un juego de poderosos. Putin o Trump hacen su jugada, por ejemplo, y millones de piezas podemos quedar fuera de juego.