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Si ayer fue San Juan Bautista, hoy es San Adalberto, San Agatón, San Armando, San Antido, San Bodoaldo, San Diógenes, San Emiliano, Santa Febronia, San Félix, San Galicano, San Guillermo de Vercelli, Santa Lucía y además es la media fiesta -mitjana festa- de San Juan -Sant Joan-, en Ciutadella de Menorca llamada Sant Joanet -San Juanito-, porque según me recordó una vez Francesc de Borja Moll, totes ses festes tenen capvuitada: todas las fiestas tienen octava, por lo que pueden felicitarse y hasta celebrarse durante una semana, según los ánimos y la pujanza de los bolsillos. Además, es sabido que nos hallamos en pleno solsticio de verano, y que el fuego purificador ha ardido en numerosos puntos del país, y esta noche se celebrará en Ciutadella con un hermoso castillo de fuegos artificiales a orillas del mar. Las ciencias avanzan que es una barbaridad, según decía don Sebastián en «La Verbena de la Paloma», y lo que es la semana de San Juan en Ciutadella avanza a marchas forzadas desde el Diumenge des Be hasta el día de Sant Joanet, con inclusión de hogueras en la víspera de la víspera, con profusión de público en cada uno de los actos protocolarios -incluso los más íntimos-, con invasión de jóvenes forasteros que ni siquiera abandonan la culata -culàrsega- del puerto, ni la bebida u otros alucinógenos y con traslado de los susodichos fuegos de artificio al día de hoy, con ristras de público en las márgenes de la bahía y con ganas de juerga hasta más no poder.

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Y sin embargo vuelvo a oír en mis recuerdos el toque de duelo del fabiol -caramillo- en el entierro de mi cuñada María José, que murió en la flor de la edad; veo pasar el féretro en mi imaginación y me vuelvo a estremecer. La vida es más corta que el son del fabiol, vivimos entre el ritmo seco del tambor que da el contrapunto a su sencilla melodía; la fiesta nos abre los ojos a la luz del verano y cuando se acaba el parpadeo, ya pasó. En efecto, todo ha cambiado mucho; los caballos ya no se encabritan igual, porque no hay espacio para ello entre el alud de visitantes; ya nadie se pone el traje de dril con sombrero canotier, como no sea para hacer chacota, ni nadie se bebe el gin a palo seco, sin el aditivo de la limonada empalagosa que lo disfraza. San Juan era, en el decir de mi suegro, José M. Canet, como una religión, y desde luego una tradición encopetada y ennoblecida por el «devenir de los siglos» Pero hoy los siglos han dejado de devenir para bien de la algarabía.