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Desde hace más de mil años, los bajau, una tribu conocida como los «nómadas del mar», han vagado por los mares del sur de Asia en precarias lanchas fabricadas por ellos mismos. Muchos de los integrantes de esta comunidad viven en barcos y se alimentan solo de animales marinos. En la región se les conoce por sus excelentes dotes para el buceo. Armados con primitivas lanzas, unas gafas de madera y unos pesos atados al cuerpo, los bajau son capaces de sumergirse hasta setenta metros para buscar comida... y ¡aguantar la respiración durante trece minutos!

La investigadora Melissa Ilardo de la Universidad de Copenhague (Dinamarca) escuchó hablar de esta tribu y se interesó por sus increíbles capacidades de buceo. ¿Cómo era posible que los bajau hubieran desarrollado esta habilidad? ¿Tenían algún rasgo especial que les permitiese aguantar la respiración durante tanto tiempo? La investigadora se desplazó al Triángulo del Coral y examinó el genoma de tres poblaciones cercanas de la región: los bajau, los chinos y los saluan que vivían tierra adentro. El estudio identificó que, en todas las muestras de los bajau, existía una variante del gen PDE10A que parecía estar relacionada con la posesión de un bazo de mayor tamaño. Para confirmarlo, Ilardo estuvo varios meses en Jaya Batki (Indonesia) y, gracias a un equipo de ultrasonidos, pudo constatar que los bajau tenían un bazo extraordinariamente grande que les permitía suministrar un plus de sangre durante el buceo. El tamaño de este órgano -que en algunos casos era un 50 por ciento más grande que el de sus vecinos- aumentaba los niveles de oxígeno en el cuerpo hasta un 9 por ciento lo que explicaba la sorprendente capacidad para sumergirse.

Desde que Charles Darwin publicara en 1859 «El origen de las especies», los científicos se han preguntado si, de alguna manera, el ser humano sigue evolucionando. El estudio de Ilardo, que se publicó en el año 2018 en la prestigiosa revista «Cell», ofrece una respuesta afirmativa. En apenas mil años de evolución, la necesidad de supervivencia había llevado a los bajau a desarrollar una increíble tolerancia a la hipoxia. Se había producido una selección genética de las personas más capacitadas para sobrevivir en un medio hostil en el que no existían otras fuentes de alimentación.

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Si la ciencia ha concluido que seguimos evolucionando, ¿pueden afectar estos cambios a nuestra percepción del bien y del mal? ¿Somos mejores personas que hace mil años? ¿Ha aumentado nuestra capacidad de perdonar? ¿Y nuestra solidaridad? ¿Somos más compasivos, justos y generosos? ¿Tenemos más empatía que cuando vivíamos en cuevas? ¿Podemos desarrollar un gen de la bondad que sea transmisible a las generaciones futuras? ¿Puede la selección natural relatada por Darwin escoger a los más buenos, sinceros y honrados?

Estas preguntas deben hacernos reflexionar acerca de una cuestión. Si los bajau en menos de mil años -¡apenas dos días en la historia de la Humanidad!- han conseguido mejorar tanto su capacidad para bucear, ¿qué podríamos lograr si practicáramos a diario, con convencimiento y perspectiva de futuro, las virtudes de la bondad? Al igual que existen escuelas donde se aprenden matemáticas, geografía y física, pueden crearse centros donde se enseñe a ser mejor persona. Aprender a resolver ecuaciones de segundo grado es un reto que todos podemos compatibilizar con estudiar una lección sobre la prudencia. Memorizar los ríos que surcan España no debe impedir que se destine unas horas de clase a enseñar qué es la justicia y por qué es tan importante. Las leyes de la física deben dejar un hueco a las explicaciones sobre la compasión y la generosidad.

La evolución no se ha detenido. Dentro de mil años, nuestros descendientes serán más altos, fuertes e inteligentes. Si queremos que sean más virtuosos, debemos insistir en la educación y práctica de los valores más esenciales para la convivencia. Quizá si transmitimos a los jóvenes el significado de la tolerancia, el respeto y la responsabilidad puede que, dentro de muchos años, tengan un corazón más grande que les permita ser mejores personas. Ya lo decía el cantante Leonard Cohen: «Hay bondad hasta en los círculos más corruptos y reaccionarios. Creo que el hombre puede cambiar y que las cosas pueden cambiar. Se trata de cómo queremos que cambien las cosas».