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Todo sucede en un bar. En mi bar. Digamos que un bar ubicado en Japón, aunque esto sea, a todas luces, una mentira. Añadiré que cuanto aquí se diga no guarda relación alguna con la realidad. Mi nombre es Armando Bronca. Sin embargo, y a pesar de que existe un Armando Bronca, usted ya habrá adivinado que vuelvo a faltar a la verdad…

En primer lugar le diré que la gente piensa que mi oficio está chupado: servir consumiciones. Pero nadie me ve limpiando, soportando el calor que producen las cámaras frigoríficas, etc... ¿Y qué me dice usted de la clientela? De todo hay en la viña del Señor y la inmensa mayoría es encantadora. No obstante, hay una fauna minoritaria empeñada en jorobarme la vida. Veamos los especímenes...

El despistado. Se trata de alguien que ha confundido mi establecimiento con Urgencias. Se sienta en un taburete y se empecina en explicarme, detalladamente, sus múltiples dolencias. Las descripciones llegan a ser tan perfectas que, cuando regreso, cansado, a casa, estoy convencido de que padezco tres o cuatro enfermedades mortales.

Las cotorras. Exigiendo iguales derechos a los exigidos por las mujeres, solicito que se admita, aquí, el término 'cotorro'. Son esas señoras –y esos señores, no vayamos a liarla- que se sientan en mi terraza y le dan a la sin hueso –entiéndase lengua- de manera feroz. Entre sorbo y sorbo de café son capaces de descuartizar a cualquier amiga/amigo, conocida/conocido. Se da el caso curioso de que, si la mentada/el mentado aparece casualmente en ese momento se levantan e, hipócritamente, le ceden amablemente una silla e, incluso, le/la invitan a desayunar. Y es que hay muchas maneras de asesinar a alguien o de destrozar una reputación…

El hombre máquina. Es una extensión de las tragaperras. Podría mudarse, fácilmente, en un héroe de Márvel. Introduce money compulsivamente, pulsa las teclas compulsivamente y exige compulsivamente al camarero que le dé, ya, cambio. Ese cliente siempre cierra el bar y ordena apagar las máquinas hasta que pueda volver al día siguiente. Son, generalmente, clientes divertidos y un tanto lelos, ya que, después de haber perdido trescientos euros, se emocionan, gritan de gozo e invitan a toda la peña cuando una de las citadas tragaperras acaba por darles, piadosa y compadecida, una mísera moneda de 50 céntimos... ¡País!

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El 'toca kinders'. Tiene la habilidad de llegar cuando el bar está a tope y te solicita un café descafeinado de máquina con leche desnatada; un café que no ha de estar ni muy caliente ni muy frío y servido en vaso largo de cristal. El azúcar ha de ser moreno y... Le regalo dos euros y le digo que se vaya al bar de enfrente…

El sádico. El sádico, sentado en la terraza desde hace horas, se levanta finalmente, paga su consumición y está a punto de irse... No obstante, al darse cuenta de que alguien está esperando su mesa, se lo repiensa, esgrime una sonrisa criminal y vuelve a sentarse, tras lo que pide un nuevo café...

El borracho, el llorón, el chistoso... El borracho –ese que se irrita violentamente o que le da por sollozar- es lo suficientemente conocido como para que no hable de él. Tiene algo que ver con el llorón, ese que, tras pedirme una tila, me cuenta, entre lágrimas, su divorcio y lo injusta que ha sido su vida para con él. En estos casos me mudo en psiquiatra, aunque sin sus sabrosos honorarios... Y, ¡natural!, ese tío que se cree chistoso y que se pasa cuatro horas contándome los mismos chistes, día tras día, implorando mis risas...

La fauna es más variada pero el espacio da para lo que da...

Finalizada la faena me siento en el portal, junto a la parienta, agarro una birra y enciendo un cigarrillo. ¡Y no falla! Pasan dos vecinos bien pensantes que al verme sueltan un «¡Pero mira qué bien vive ese tío!»... Y es que eso de ser camarero es un auténtico chollo... ¿No creen?