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Después de analizar los que han pasado del aplauso a postularse para heredar su herencia, Sr. Rajoy, no puedo evitar pensar cuan efímera es la existencia humana. Ayer indiscutible y venerado hasta la ridiculez de la absurda y banal sumisión pública, y hoy en Santa Pola, cuando ayer mismo no había en el partido quien osara contradecirle. Los aplausos, los peligrosos aplausos de la bancada de la derecha, venían a ser como los que se les dedica a un tenor en la Escala de Milán, para conseguir pongo por caso, que Pavarotti volviera a mostrarse mitad dios mitad mortal sobre el escenario donde el primera era él, y si acaso en el más difuminado de los horizontes, alguno que otro.

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¿Se puede pensar que los que ahora se postulan anhelaban ocupar su puesto? El que no ha dejado lugar para la dura ha sido Feijóo, creo que con buen criterio. Habrá pensado ¿a qué me voy a meter en semejante berenjenal? Si es por dinero no me van a pagar más que lo que pagan ahora y no tengo que enfrentarme casi con nadie, mientras que ocupar la presidencia del partido, significa estar en un no parar recorriendo España, además de un sin vivir enfrentándome hasta con el perro de las cabras, y menos ahora cuando el PP por culpa de la corrupción se ha encontrado con una moción de censura que jamás debió de haber perdido. Tiene además un futuro judicial que podría ser complicado. La herencia de Rajoy no es precisamente una perita en dulce. Detrás deja una Catalunya que ya es para quitarle el sueño a cualquiera.