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Lo del Ministro de Cultura y Deporte dimisionario me pilló en Santa Pola, pero no me parece bien no dedicarle unas líneas, vaya a ser que alguien le dé por penar ¡claro como es socialista!, cosa que mayormente a mí me da exactamente lo mismo. Pero a lo que vamos, Màxim Huerta como ustedes saben perfectamente presentó la dimisión menos de una semana después de haber prometido el cargo. Todo un record en lo que va de los 40 años de democracia.

Hay dos formas de mirar esa dimisión. La primera la que tiene valor es que una vez descubierta esa ingeniería fiscal para pagar menos a la Hacienda pública, el mismo día dimite, y no como otros que seguían «gozando de toda la confianza del partido», hasta que al cabo de días, semanas o meses, la situación se hacía insoportable, y era para cuando Rajoy o la Cospedal, ya no nombraban al presunto corrupto/a por su nombre ni siquiera por el cargo que ocupaba, y se referían al asunto con ese infantiloide eufemismo de venir a decir que la persona por la que usted se interesa ya no está en el partido, y se quedaban tan panchos, como si con esa estúpida vaguedad, la corruptela y el corrupto ya no les desplumaba las alas de la gaviota.

Otra diferencia tampoco por eso menor, es que el dimitido Ministro no tuvo ni tiempo de delinquir, si acaso, venía ya con ese trabajo hecho. Entre otras cosas porque por la época en que se lucró con la ingeniería inventada para que la usaran los que más ganaban para pagar menos a Hacienda, parece que fueron muchísimos los que tuvieron a su servicio esos asesores fiscales expertos en buscar y utilizar cualquier resquicio que les permitiera pagar como si fueran mileuristas. Todo porque en España el sistema de las cotizaciones a la Hacienda pública es a todas luces mejorable.

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El trabajador asalariado con una nómina más que escurrida nunca tuvo la posibilidad de pagar más de 100.000 euros menos al año, entre otras cosas, porque ni siquiera con las fiebres de un tabardillo ha soñado nunca que pudiera ganar esa cantidad.

En cualquier caso, me pregunto quién tiene acceso a los episodios turbios de nuestras personalidades políticas. El caso de Cristina Cifuentes sigue en el más opaco de los anonimatos ¿quién podría guardar una documentación durante tantos años cuando la ley obliga a tener que ser destruida a los pocos días de denunciados los hechos?

¿Quién tenía la documentación de los impagos a la Hacienda pública por la que fue condenado Màxím Huerta en 2014 por defraudar al fisco 256.778 euros? Algo que sucedió entre el 2006 y 2008. En cualquier caso, dado el grado donde ha puesto Pedro Sánchez el nivel de la corrupción política, harán bien secretarios, subsecretarios, ministros y ministras en mirar debajo de las alfombras de su pasado, no vaya a ser que afloren como hongos «cosas» que cuando sucedían formaban parte de esa máxima gloriosa que avisaba de que «entre bomberos no vamos a pisarnos la manguera». Me gustó que el ministro batiera un record entre el no pienso dimitir y dimitir, pero lo que no me gustó nada, fueron las palabras usadas para presentar a la prensa su dimisión. Para mí carece de interés si va a seguir comprando entradas para actos culturales, yo también compro esas entradas pero no lo voy pregonando.