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Siempre que mi espíritu trashumante me lleva a pasear las callejuelas de cualquier población, tengo por norma, a la que soy fiel, visitar las distintas cocinas regionales y las galerías de arte. Unas me alimentan el cuerpo, otras el espíritu. Comí (dejé la mitad) unos fideos con langostinos en un lugar, como dijo aquel, del que no quiero acordarme, francamente vulgares, y de vuelta para Madrid, en un gran restaurante de carretera, un plato combinado dado las horas que eran: dos huevos, patatas fritas y tres morcillas. De las morcillas sólo me comí una. Estaban más pasadas que la cantares. La morcilla con cebolla, cuando le pasa la fecha, es mejor echarla a la basura. Es bueno conocer el cocinero donde hemos decidido entrar a comer. Pasa lo mismo cuando decidimos entrar en una galería de arte para ver pintura. Cuando se conoce al cocinero en lo gastronómico y al pintor en lo artístico, nos evitamos las malas sorpresas de la mala comida o la mala pintura. En cuanto a la pintura puedo afirmar que tuve muchísima suerte al pasar al castillo de Chipiona donde exponía obra Cristian Castro, del que ya era conocedor de su exitosa trayectoria. Cuadros de variado formato, algunos realmente grandes, con temáticas de la zona andaluza, marinas de aguas transparentes, yo diría que magistralmente transparentes, donde los roquedos que cubren algo el agua, tiene un tratamiento impactantemente logrado. Sus composiciones pregonan el buen gusto y el nombre de su autor; un autor, por cierto, licenciado en Bellas Artes que sigue estudiando, sabedor que en pintura siempre será mucho más aquello que no se domina que lo que se pueda presumir de dominar a la perfección.

Uno de los cuadros expuestos, «Ventana a Cádiz», está premiado con Mención de Honor en el colegio de farmacéuticos de Sevilla. El titulado «Bajamar en las canteras», es obra seleccionada por el Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente. Otras obras meritorias son, por ejemplo, un cuadro de gran formato: «Calles de Cádiz» que tiene todo el sabor de su originalidad. Puede dar la sensación que está pintado de arriba abajo, es decir, cenital, pero fijándonos bien se descubre que es una inclinación, una visión oblicua, quizá un escorzo, sin llegar a ser una imagen plasmada, como ya he dicho, de arriba abajo. Es muy impactante. Otra obra que me llamó la atención es la que tiene el fondo prácticamente negro que enmarca un caballo de capa negra. Es una originalidad dificilísima de este pintor, que pide un puesto entre los buenos pintores actuales, los que saben que pintar bien y pintar mal, ambas cosas es pintar, pero la diferencia llega a ser abismal.

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El empeño, desgraciadamente común, de querer ser original en detrimento del arte, no es una cosa más que una solemne majadería. Por ejemplo, una cruz sobre un gran lienzo hecha con una escoba de barrer mojándola en un cubo de pintura negra. Y todo se considera arte, hasta los chorretones que van cayendo de la escoba. Pero yo nunca lo consideraré arte ni nada parecido, venga firmado por cualquier pintor, incluso por el que puedan ustedes estar imaginando. Tener personalidad, ser original, tener una paleta propia presentando una obra bien ejecutada es una cosa, y otra muy distinta es pretender hacer pasar por arte lo que no lo es por más que algunos críticos de tres al cuarto, por no querer pasar por anticuados, llegan a ponderar semejantes desatinos sin ponerse a pensar en el papelón que hacen los que actúan así.

Cristian Castro está en un momento de su arte al que es difícil llegar, donde los que han disfrutado de su última exposición han podido sentir esa satisfacción que nos invade el alma cuando tenemos la suerte de contemplar que la belleza puede ser plasmada en un lienzo con el valor añadido de la honestidad en el arte.