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Me acuerdo ahora de «Don Camilo», la obra de Giovanni Guareschi, que nos leía don Cirilo en clase de literatura, cuando éramos niños. En el capítulo titulado «La vuelta al redil» aparece «un curita joven y delicado» para sustituir a don Camilo durante el exilio de la parroquia que le ha impuesto el obispo, por culpa de sus excesos en materia política. Dice Guareschi que «el curita había introducido en la iglesia esas pequeñas innovaciones necesarias para que un hombre pueda hallar soportable su permanencia en casa ajena». En efecto, todos tenemos nuestro concepto del orden de las cosas y molesta muchísimo que la chica de la limpieza, por ejemplo, se entretenga en enroscar el frasco del jabón que uno quiere desenroscado para tenerlo más a mano, o que arrime la balanza del cuarto de baño a la ventana, que uno mantiene apartada para evitar que se moje cuando llueve, o que acerque demasiado la mesita de noche a la cama, con peligro de que uno se golpee la cabeza cuando sueña, o que cambie de posición la linterna y que uno no la encuentre cuando se levanta a oscuras para no molestar.

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Pero todavía molesta más que cuando uno escribe un libro, y lo escribe bien, de acuerdo con la modalidad de la lengua que se habla en nuestras tierras, un corrector inexperto cambie palabras usuales entre nosotros por otras que no hemos dicho en nuestra vida, o que ignore el significado de algunos vocablos y cometa disparates de los que luego los lectores culparán al autor, a quien le exigen que entregue las pruebas en seguida, sin darle tiempo a enmendar la plana. A veces se corrigen incluso fragmentos en lenguas extranjeras, cometiendo incorrecciones que no son culpa del autor, o se ignora la filiación de personajes históricos que están colocados en su contexto correcto. Hoy en día, tanto en literatura como en periodismo, se echa mano de gente nueva capaz de preguntar: «¿Por cierto, ha escrito usted algún otro libro?» Y uno se contiene a duras penas y se limita a contestar, pues sí, unos cuarenta. O bien ejercen de jurado selector en editoriales gente poco preparada que además de los susodichos fallos de corrección son capaces de comparar a un autor con escritores de moda a los que no ha leído y que para más inri lo están imitando a él mismo. Y esto puede pasar también en la crítica de libros, ejercida a menudo por escritores frustrados o autores en ciernes, que ignoran la trayectoria literaria de sus ancestros o no saben captar la verdadera esencia de un libro.