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Si un preso ha cumplido un cuarto de su condena, observa buena conducta y tiene un informe preceptivo del equipo técnico de la prisión reúne los requisitos objetivos para obtener un permiso ordinario.

Pero a estos deben sumarse los subjetivos: que no resulte probable el quebrantamiento de condena ni la comisión de nuevos delitos o que la salida pueda repercutir negativamente en su programa personalizado en prisión. Es en último extremo la Junta de Tratamiento la que decide, con la autorización del Centro Directivo, para permisos de hasta dos días, y del juez de Vigilancia Penitenciario para permisos de más de dos días. Es decir que el ladrón de coches, Stephane Jean Michel Schmidt, hizo creer a todas estas instancias que no había motivo para impedir su segunda salida de la cárcel de Menorca desde que ingresara en mayo de 2017.

Schmidt es un recluso reincidente porque ya había cumplido otra larga condena por delitos similares, y su sucesión de hurtos y robos, uno de ellos con intimidación, causó una gran alarma social los días previos a su detención en Alaior hace 16 meses. Durante sus últimos 7 días de fuga se le relaciona con otros cinco robos con fuerza, incluido el coche que estampó en Es Mercadal y que podía haber provocado otro accidente mucho más grave.

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«Nosotros hacemos nuestro trabajo, pero si los jueces los dejan salir no es nuestra competencia», apuntaba un policía tras conocerse esta fuga.

Lo cierto es que el exmilitar francés tenía un buen comportamiento en la cárcel, realizaba tareas sociales e incluso, con su abogado, había declinado pedir la libertad condicional para seguir trabajando e ir cumpliendo con las indemnizaciones a las víctimas de sus robos.

El sistema penitenciario no es infalible, claro está. Estamos hartos de verlo en las películas y, lamentablemente, en la vida real. Ahora nos ha tocado de cerca para constatar que la realidad supera la ficción.