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Me voy a Barcelona tres días antes de la Diada, pero es para presentar un libro. Por cierto que el diccionario no registra el término «diada», aunque sí se encuentra en catalán, y corresponde a la definición «día señalado». De modo que me voy a Barcelona tres días antes del día señalado. Lo primero que me sorprende es la gran normalidad de la vida que discurre en los alrededores y en las calles de la ciudad. No veo luchas de lazos amarillos ni piquetes reivindicativos a mansalva. Me dicen que eso se exagera en la prensa y en los medios informativos en general, que hay una psicosis premonitoria de grandes catástrofes que a lo mejor resulta que es aventada por intereses partidistas. Hay presos políticos o políticos presos, eso sí, y esa parece ser ahora mismo la gran reivindicación. Pero en la calle no se nota nada. Ni siquiera en el centro, en plena plaza de Sant Jaume, donde se está montando una plataforma que se supone que servirá para el día señalado, es decir, el once de septiembre. Me dicen también que hay un error de apreciación en algunas de las afirmaciones que se realizan desde fuera, sobre todo esa que asegura que el independentismo es un movimiento de la clase alta. No, la clase alta no es independentista, la clase alta es la de los grandes empresarios que emplearon a los inmigrantes de los años sesenta, los que ahora representan una buena parte de la población en Catalunya, que tampoco suele ser muy independentista. El de la independencia es un sentimiento muy antiguo, arraigado en los privilegios tradicionales del pueblo catalán y hoy en día concentrado sobre todo en la clase media.

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Juan Cantavella, el que fuera director del diario MENORCA, me dijo hace ya tiempo que el problema de Catalunya se explica de modo muy diferente aquí de lo que se explica en tierras de habla castellana. Es normal, cada uno lo ve según sus intereses; es como lo de la botella medio llena o medio vacía. También las calles resultarán más llenas o más vacías de manifestantes según el color del cristal con que se mire. Pero no deberíamos añadir más leña al fuego tergiversando la realidad. Las calles de Barcelona estaban inmersas en la más anodina normalidad hace pocos días, y es de desear que lo sigan estando durante mucho tiempo. No sé si no fue Adolfo Suárez quien quiso elevar a la categoría de normal lo que era normal en medio de la calle, y si se trata de aplacar ánimos y dar a cada uno lo que le corresponde, me parece una gran idea.