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Demasiado acostumbrados nos tienen las solapadas administraciones a despropósitos de toda índole y envergadura. El que está preparando el Ayuntamiento de Es Castell para Cala Sant Esteve es de tal calibre que me animo a pedir amparo a todo individuo o entidad amante de la idiosincrasia menorquina (considero al GOB miembro de este club) para que apoye a los vecinos de la cala en su lucha por evitar que se perpetre el descalabro proyectado.

Quizás el GOB ya lo sepa, incluso quizás (ojalá) esté ya moviendo su engrasada maquinaria en ayuda de los perjudicados (que somos todos los enamorados del espíritu distintivo de esta isla), pero por si así no fuera, y también para que lo sepan los pacientes lectores, les detallo los aviesos planes que amenazan destruir uno de los últimos rincones del levante menorquín que no han sucumbido todavía a la homogeneización a la baja, poderosa tendencia en estos tiempos de sandez estandarizada y monocultivo extensivo de lo anodino.

Destruir el encanto para substituirlo por lo impersonal no es invento menorquín (en el centro de Nicosia o de Saigón encontraremos exactamente las mismas tiendas y fast foods que en el centro de París), pero reconozcamos que en sa Roqueta podemos presumir de poseer esta habilidad en grado XL (me atrevería a sugerir la implementación aquí de un máster en la especialidad); recordemos en este sentido algunos hitos de nuestra destreza destructiva:

El megalómano y prescindible túnel de Ferreries; la lejana ya en el tiempo remodelación del mercado del claustro de Mahón (una joya de encanto único a la que se le extrajo, como se haría con una muela, toda la magia acumulada durante su historia); o la plaza de la explanada de Es Castell, que si no recuerdo mal estuvo poblada de pinos bastante creciditos que resultaron talados sin miramientos en aras de reconvertir un espacio sombreado y convivial en un secarral de cemento que en agosto no convenía cruzar sino con camello y cantimplora.

En fin, innumerables ejemplos hay de que cuando un espacio público con poso de historia necesita cuidados (a veces también cuando no los necesita) jamás se opta por mantener la belleza o la tradición, limitándose a reparar los elementos obsoletos y puesto el rabillo del ojo en el cuidado de dejarlo como estaba pero sin goteras, sin baldosas rotas, sin roña, sin bancos destartalados...

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He de añadir que el enclave que se pretende mancillar (Cala Sant Esteve) es de una belleza natural envidiable, un remanso de paz admirado y envidiado por cuantos lo frecuentan. Su encanto nos remite a los años sesenta: sencillez exenta de pretenciosos elementos postizos, de ruidos o aglomeraciones y cargada por el contrario de hechizo natural, de paz, de primorosas casas y amables vecinos.

Aprovechando una deseable mejora de infraestructura centrada en el soterramiento de cables telefónicos y de fibra óptica, amén de la mejora en la dotación de agua corriente y alcantarillado, se pretende rematar la carambola con un innecesario ensanchamiento de la carretera, destruyendo para ello toda la vegetación de ribera que protege y embellece el borde del mar como solo lo consigue la naturaleza y el paso del tiempo.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid se pretenden así mismo plantar apiñadas sesenta y ocho farolas (¿por qué no setecientas?) a pesar de que la cala no opta por el momento a operar como aeródromo.

En fin, comprendiendo que el contratista y -de haberlos- los comisionistas (ya sabemos lo que se dice de las meigas) estarían encantados si se decidiera alicatar la cala hasta el techo, se ha de comprender también que la asociación de vecinos ha expresado su deseo de que las obras se limiten a las infraestructuras mencionadas, que una vez soterradas se tapen con los mismos materiales existentes y que dejen la carretera y los bordes vegetales como están.

Como visitante asiduo de este enclave certifico no haber tenido jamás (incluyo visitas diarias en agosto) problemas de tráfico o aparcamiento.

Una vez hecho el mal, no hay vuelta atrás. Ahorren, queridos administradores, dinero al erario público y no arrasen el edén.