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No son necesarios ni cinco minutos frente a la pequeña pantalla en un debate parlamentario o en el desarrollo de las inútiles comisiones de investigación que arbitra el Senado para calificar la talla de algunos de nuestros políticos como manifiestamente mejorable, siendo muy generosos en el adjetivo.

Es el caso de uno de los supuestos adalides de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, quien degrada constantemente a las Cámaras Alta y Baja en las que declama sus intervenciones, en muchos casos, más tabernarias que no del lugar donde las pronuncia. Más allá del fondo de sus diatribas, con las que se podrá disentir o estar de acuerdo, Rufián se ha fabricado un personaje impropio para llevarlo a escena en tales escenarios de la política española.

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Fue el independentista catalán uno de los que con mayor profusión comenzó a referise a sus rivales parlamentarios como fascistas, franquistas, tiranos... hasta llamar a algunos descendientes de los genocidas más conocidos del siglo pasado. Lamentablemente los vocablos de sus discursos y perfomances están siendo imitados por otros de nuestros representantes.

Empeñados en la izquierda, desde el PSOE a Podemos, en convertir en trending topic a Franco de un tiempo a esta parte, quizás no deba extrañarnos en demasía que en la política insular la consellera del PP, Aurora Herráiz, se enfangara hasta límites insospechados haciendo una referencia a Hitler en el controvertido pleno del pasado lunes cuando criticó que el equipo de gobierno del Consell admirara a Quim Torra o Arnaldo Otegui.

A Herráiz, desafortunada en su comentario, se le echaron encima como lobos varios consellers del equipo del gobierno insular, quienes jalean e incluso utilizan algunos de los calificativos de Rufián. Estamos perdidos si este es el líder que crea escuela.