TW

De entrada, sin preámbulos, les tengo que confesar, queridos lectores, que no me gustan los artículos donde el autor nos cuenta su vida. Tampoco me gustan las autobiografías, ni las pelis que narran la vida de alguien, en general me aburren, en particular alguna se salvará (matizo esto porque cada vez hay más personas de piel muy fina que en cuanto generalizas para abreviar, o ironizar, se ponen hechos unas furias: «No todos los coleccionistas de sellos tenemos pocos amigos, ¡retira eso!»).

Me es indiferente lo que hace cada uno en su día a día, además, si se fijan bien, los que tiran de este tipo de recurso para escribir no tienen un día mediocre, todo es muy cultureta y de mucho nivel, del tipo: hoy comí con mi amigo don Anastasio Romerales Sifrido-Palacios, catedrático de Derecho Aplicado y doctor, o doctorando, que ya todo vale, en Historia Etrusca. Nos encontramos en el precioso restaurante Tortugas y Pulpos, donde el afamado chef Rigoberto Pancetas nos sirvió unos entrantes de sopa de caparazón para chuparse los dedos. Regamos los manjares con vinos traídos de unos viñedos de Sidney, que están justo detrás del Opera House (lo dejan caer para demostrarnos su nivel de inglés y que son gente viajada). Cuando terminamos la comida mi amigo Anastasio Romerales Sifrido-Palacios me habló del problema catalán desde el punto de vista geoestratégico, ¡chúpate esa!

Se imaginan por un momento que alguien escribiera en esta línea, pero bajando a la tierra de los mortales (pues sigan leyendo después del punto que pongo un ejemplo). Hoy me he levantado a las seis de la mañana como cada día. Me he tomado un café, me he duchado y me he lavado los dientes, que todavía estoy pagando la última pieza que me tuve que poner. He currado todo el día sin grandes novedades. He quedado para comer un menú con mi amigo Antonio que es repartidor, nos hemos comido unos macarrones con tomate, un bistec, y flan de postre. Todo ello regado con vino de la casa y Casera. Al terminar de comer, Paco, el dueño del bar, un inmigrante extremeño con un corazón tan grande como la mala hostia que se gasta, se ha sentado con nosotros a tomar el café, y mi amigo Antonio, el repartidor, nos habló de los problemas que tiene como autónomo para llegar a fin de mes. No pinta mal la verdad, creo que me interesa más está conversación.

Noticias relacionadas

Espero no aburrirles nunca contándoles mi vida, pero sí que tengo el compromiso, como dije en el último artículo, de escribir a corazón abierto, desde mis propias vivencias, sino caería en un postureo absurdo del que reniego. Así que les digo que tengo un dolor de alma. Se nos ha ido Cristina, una castiza madrileña a la que sus hijas trajeron a Menorca, cuando se puso malita, para cuidarla. Cristina, después de un tiempo de pasarlo mal, se ha ido rodeada de sus hijas que le han dado el cariño y la tranquilidad que se necesita para el último viaje. Yo quería mucho a Cristina, y quiero mucho a sus hijas, así que permítanme el atrevimiento al titular este artículo, y acabarlo, como una sentida muestra de cariño a alguien tan importante en mi vida. Yo hice el viaje de Carabanchel a Menorca, y Cristina, con la alfombra de claveles que se merece, se irá de regreso a las orillas del Manzanares. Hasta siempre, Cristina.

Si no escribiera desde las heridas del alma, no sería sincero con ustedes y no merecería la pena seguir juntando letras. Y créanme, porque no es una coletilla, que aun con todo, les deseo que tengan siempre un feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com