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La mente humana es débil y a la vez terriblemente fuerte. Es capaz de verse en el pozo más profundo y hasta las cejas de marrones y, apenas unos minutos después, sentirse invencible y creerte que eres el puto amo.

Me he embarcado en otra de esas carreras muy largas y muy duras. Uno de esos desafíos que te llevan al límite y para el que es muy difícil prepararse. A estas horas, mientras estás leyendo, yo estaré intentando sobrevivir por el Parc del Cadí, cerca de los Pirineos, refunfuñando «qué puñetas hago yo aquí», «otra vez no he entrenado suficiente» o, por ejemplo, «hago esta y no hago más».

Todo lo que tengo de grande lo tengo de tonto. Porque a sabiendas de que tengo muy complicado llegar a meta, me he vuelto a apuntar y, encima, cargado de ilusión. No lo negaré, es más probable que no termine y que me tenga que retirar, a que llegue y cruce la meta. Las probabilidades son tan claras que, en el hipotético caso de que termine, me sentiré la persona más feliz del mundo.

Podría chutarte un montón de frases motivacionales y compartir contigo el subidón que llevo encima. Durante 24 horas no me importará nada más que el hecho de pelear contra mí mismo para llegar a meta. Hay una diferencia abismal entre el que corre con las piernas y el que corre con el corazón. Al primero la gasolina se le puede acabar, mientras que al segundo no hay cuesta arriba que le pare.

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Sé que en estos 110 kilómetros que ahora mismo estoy intentando recorrer los momentos duros ganarán por goleada a los buenos, que la opción de retirarme planeará sobre mí, o el estropajo de mi que quede, como lo hacen los buitres sobre la carroña.

Y será, como te decía, una ardua batalla entre el corazón y las piernas. Entre la lógica y la emoción. Entre la razón y la ilusión. No he entrenado lo suficiente para terminar el reto, creo, pero estoy convencido de que soy la persona que más ilusión tiene por terminarlo.

Un gran amigo, Víctor Truyol, lleva dos días inundándome el Whatsapp de mensajes positivos, de ánimos, de frases épicas firmadas por gente que tenía algo que decir y otras, mías propias que en algún momento he escrito. Jamás le estaré lo suficientemente agradecido. Es un gesto que me demuestra, una vez más, qué tipo de persona es.

La verdad, ya lo he dicho y lo sigo pensando, la vida es como una carrera en sí. La lucha no reside en ser el más rápido, el más fuerte o el más todo, sino en estar a la altura de la oportunidad de vivir que tenemos. No solamente para hacer algo especial y único sino para disfrutarlo al máximo haciendo que cada segundo cuente. Dijo, una vez, un entrenador de fútbol americano, «Mi corazón y mi mente cargarán con mi cuerpo cuando mis piernas ya no puedan más». Y en ello estamos…