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Aprovecho los últimos días hábiles del ullastre para dejarme mordisquear por la legión de mosquitos tigre que pulula por la Isla mientras hago inventario de lo que pienso o creo que pienso sobre la rabiosa actualidad (ejercicio ineludible para quien aspira a razonar en vez de rebuznar), y la primera conclusión es precisamente esta, que todo el mundo parece rabioso. No hay forma de opinar sobre algo de la forma más contenida de que uno es capaz sin que se enoje alguien de aquí o de allá. Se acota el territorio de los grises para entrar de lleno en el de blancos o negros, o estás conmigo o contra mí. Es un sin vivir para los dubitativos profesionales, siempre abocados a profundas reflexiones metafísicas, ¿quién soy?, ¿adónde voy?

Recibo lo que se ahora se llaman inputs por todos lados a través del WhatsApp: desde proclamas al más puro estilo Jiménez Losantos sobre la intrínseca perversidad de los socialistas en el poder, sus variopintos enjuagues o sus estruendosos silencios, encantados como están con las encuestas, hasta peticiones de Premio Nobel de la paz para los Jordi’s encarcelados, distintos «a por ellos», con o sin 155, envueltos en monumentales banderas rojigualdas, apocalípticos manifiestos ecologistas, o peticiones de amigos madrileños para que les explique qué pasa con una reconocida empresaria y su combativa posición contra la presunta imposición de la lengua catalana, lo que no me extraña ya que hoy día la figura de los emprendedores/triunfadores levanta oleadas de admiración e interés por sus tomas de posición, lo que parece lógico dada la actual visión del mundo como un mercado en perpetuo crecimiento.

A los que me mandan panfletos ya les he pedido con la mayor educación que dejen de hacerlo, me aburren los pensamientos (?) metidos en un pack cerrado y por tanto inamovible, según los cuales esto es así y punto... Y no hay menos cerrazón en las proclamas de los muy muy de la ceba que ven opresiones españolistas por todos lados y sostienen la peregrina y buenista teoría de que sus políticos están en la cárcel por tratar de votar y no por desobedecer todas las leyes habidas y por haber, evidencia que les incomoda cuando se la recuerdas... Pero no hay ganas de matizar, todos prefieren la brega incesante desde las respectivas barricadas...

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He intentado dialogar con algunos de ellos, amigos apreciados. Los de los panfletos me contestan que estoy contaminado por obsesiones y prejuicios progres; a los contumaces debeladores del nacionalismo-separatismo-totalitarismo (sic), les digo que se miren la viga nacionalista en el ojo propio y se cabrean un montón, ya que no se consideran nacionalistas sino sanos patriotas de la única nación legal y posible; a los del Premio Nobel para los Jordi’s les concedo que la prisión provisional de los políticos catalanes me parece excesiva y absolutamente inconveniente para buscar un atisbo de solución, pero que de eso a concederles el Nobel va un trecho por el que no transito y mucho menos si pasea por allí el tal Quim, un peligroso activista compulsivo metido a president...

Y luego viene lo de la lengua, que se las trae por las trifulcas que ocasiona, omnipresentes en estas páginas. Les explico a mis amigos madrileños que siempre he considerado que mi lengua materna, aquella con la que sueño, lloro y río, es la modalidad menorquina del catalán (o el catalán de Menorca si se prefiere), que es una sola lengua y que a los de mi generación no nos dejaron aprender manu militari, que hay que enseñarla en la escuela a los niños (sin descuidar por supuesto el castellano, tienen que salir del colegio con un razonable dominio de las dos lenguas, toda una riqueza), y que si bien no habría que exigirla a nadie para obtener un trabajo oficial, sí me parece razonable exigir unos mínimos al cabo de un tiempo. Supongo que esto también formará parte de la odiosa y cobarde equidistancia de quienes no queremos ver la magnitud de la imposición catalanista-imperialista, etcétera.

Mientras observo melancólico los efectos especiales de la primera tramuntanada del curso, pienso que me tendré que hacer mirar lo de mi equidistancia crónica, enfermedad nada contagiosa pero corrosiva para la nueva corrección política imperante, la del amigo/enemigo, la de la aversión a cualquier regulación democrática del mercado libérrimo, la de la demonización de los inmigrantes, la de la alergia a los organismos multilaterales, a los designios científicos y a cualquier reflexión fundamentada que cuestione sus prejuicios, la misma corrección que entroniza las indisolubles fidelidades a banderas y naciones de toda la vida (my house first), y la libertad irrestricta de quienes tienen el viento a favor. En fin... ¿Hay alguien más?