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La primera vez que oí hablar del Penta no tenía ni la más mínima idea de qué era. Escuché, en una voz limpia y suave, a un Antonio Vega desesperado buscando a la «La chica de ayer» y acababa en ese lugar. Me encanta ese tipo de música, vestigio de la movida con sus diferentes registros y opciones y me pone de muy buen humor, aunque la mayor parte de sus letras sean el fruto de excesos y, en algunos casos, malas decisiones.

Pensé, con el paso de los años, que el Penta se había diluido en el tiempo, que ya no existía más allá de en los torturados y alcohólicos recuerdos de aquellos que invertían sus noches en aquella época. Me alegró descubrir que todavía sobrevive entre reguetón y ritmos enlatados y ofrece un refugio para los que pensamos que cualquier tiempo pasado musical fue mejor.

Esta semana me ha tocado sobrevivir por Madrid unos días haciendo un curso de lo mío y en la noche de despedida con uno de mis mejores amigos acabé allí dándolo todo. Cantando a pleno pulmón y desafinando como un canalla a Alaska, a Antonio Vega, a Joaquín Sabina, a Loquillo... Durante unas horas no paró de sonar una música que cuesta encontrar en los locales de hoy en día y que nos permitió, a la veintena de personas que compartíamos garito, viajar a otro tiempo.

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No tengo un oído muy musical, de hecho, no tengo un oído muy nada ya que solamente me funciona bien una de las orejas, la otra funciona a ratos, pero sí que estoy convencido que la música está atravesando un momento creativo limitado. Hay mucha más cantidad que calidad y hoy en día se valora más el número de seguidores en una red social que la habilidad en el punteo de guitarra, que el sentimiento en una canción o la calidad de sus rimas.

Hace unos días oí a un crítico de televisión, Bob Pop, una de las reflexiones más lúcidas y ciertas con las que me he topado últimamente. Venía a decir que últimamente damos más importancia a un influencer que a un referente.

Dentro de ese mundo de fantasía que nos ofrece internet en el que cualquiera con un par de clicks puede tener tropecientos mil seguidores y sentirse especial por ello es más especial encontrarse con algo o alguien auténtico, que prescinde de toda esta farándula. Y con el caso de la música pasa lo mismo. Hay muy pocos cantantes que se mantengan fieles a su estilo y no se dejen devorar por los intereses de las compañías y por ello encontrarte con esa música auténtica, lograda a partir de la experiencia, a partir de contar historias más o menos verídicas, más o menos crudas, es un alivio.

Y si encima existe un templo en el que solamente ponen ese tipo de música, el garrafón que sirven es respetable y puedes cantarlas a pleno pulmón sin molestar a nadie, se agradece.