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Suelo meter la pata, lo reconozco. Hablo a destiempo, doy por sentado alguna cosa sin comprobarlo o cometo errores de menor o mayor tamaño y consecuencias. Soy humano. También los cometes tú, con tu regularidad o asiduidad. Te das cuenta o te pillan, te disculpas y ya está. Pasas página y, como te decía, según cómo de parda la hayas liado pues el gazapo se diluye en el continuo espacio tiempo más pronto o más tarde.

El tamaño de un error o de una cagada es como el Universo, relativo. No creo que exista una unidad métrica eficiente y eficaz para medir la superficie de un error aunque si que hay indicadores para saber a que altura te llega la mierda en la pata que has metido. Un ligero desliz, por ejemplo, es como una caca de pájaro que te aborda sutilmente cuando paseas por debajo de un pino. Un fallo más a consciencia ya equivaldría a la caca de perro que pisas en cualquiera de las descuidadas calles de Mahón y que, con un poco de suerte, no te alcanza a los tobillos. Y, así, vas creciendo.

Lo que le ha pasado al Tribunal Supremo con la decisión de las hipotecas es, para que me entiendas, como si toda la tropa se haya marcado una coreografía de natación sincronizada en una piscina llena de excrementos. Que sí, que visualmente puede ser muy chulo pero analizado lentamente resulta dantesco.

Anunciar tan alegremente que los bancos pagarán esto o aquello sin pararse a pensar en las consecuencias o el desenlace que puede provocar es, cuanto menos, temerario. Los bancos mandan, por muy hippy que seas o por muy inconformista. Un ente que es capaz de inventarse un impuesto y colarlo en cuestión de segundos en millones de operaciones a nivel mundial para embolsarse ‘muchitantos’ millones sin que tú ni yo nos demos cuenta, es, como mínimo, para tenerlo en cuenta.

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Porque si no tienes un plan B o un traje de neopreno suficientemente gordo para hundirte de lleno en la mierda, sabes o deberías saber que vas a perder. Y contigo, las millones de personas que dependemos de los bancos. Es triste, lo sé, pero la realidad es uno de los escenarios más tristes que existen, aunque no nos guste.

Y a los señores y señoras que dirigen los bancos no les mola nada que los calienten. Al anuncio reaccionaron paralizando las hipotecas y aducen pérdidas –según he leído en «El Mundo»- de hasta 54 millones de euros a cada hora que pasa. Todo indica que si les toca a pagar de verdad –la decisión del Supremo se conocerá el próximo día 5 de noviembre- lo arreglarán subiendo un poquito de interés aquí, una migaja de tanto por ciento allá y aquí paz y después gloria.

Y no me extrañaría que si la decisión es que nada cambia, que todo sigue igual, ellos lo celebran «subiendo un poquito de interés aquí, una migaja de tanto por ciento allá y aquí paz y después gloria».

Se lo dice uno de tantas personas ‘tremendamente agradecidas’ por haber compartido su mierda. Qué bonitos que estaban callados...