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El respeto a las minorías es la prueba del algodón para la democracia. Aquellos grupos que son marginados por sus ideas o sus características merecen todo el apoyo social y político. Y es necesario denunciar con valentía los casos en que se atenta contra una persona o un grupo por sus ideas, su sexo, su raza, su lengua, su tendencia sexual, su trabajo o incluso por una enfermedad. Al lado de los débiles los principios de la democracia se fortalecen.

Sin embargo no puedo evitar un cierto hartazgo de algunas campañas institucionales y posicionamientos políticos de apoyo constante y pesistente a grupos minoritarios. Una cosa es hacer políticas efectivas para evitar la discriminación y favorecer su promoción social, por ejemplo de personas que han optado por una determinada orientación sexual, y otra cosa es utilizar estos grupos para vestirse de progresismo. Seguramente al apoyo es sincero pero la reiteración excesiva lleva a la hipocresía.

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Lo digo porque me da la impresión de que no se trata de una anécdota y aunque no puedo asegurar que responda a una estrategia planificada por algunos partidos sí es evidente que constituye una tendencia generalizada que afecta a todas las formación políticas, eso sí, en grados diferentes.

Además, el esfuerzo por mostrar esta empatía con las problemáticas minoritarias distrae la atención de los problemas mayoritarios, los que nos afectan a todos, también a los que se incluyen en grupos con identidad propia. Los políticos utilizan «palabros» como el de «visualizar». ¿No debería «visualizarse» más la acción de gobierno por mejorar las condiciones económicas de la gran mayoría de los ciudadanos que todavía sufren la precariedad como efecto de una enorme crisis económica? Por parte del Gobierno, del Govern, del Consell y de cada ayuntamiento.

Es decir, la excesiva publicidad de la simpatía por las minorias es el árbol que a veces oculta el bosque de los problemas generales.