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No hace muchos años los plásticos representaron una auténtica revolución tecnológica. Dicen que su nombre deriva de plasticidad, una propiedad de los materiales que se refiere a la capacidad de deformarse sin llegar a romperse. Seguramente por eso, la primera noticia sobre los plásticos que guardo en la memoria data de los años cincuenta, cuando me confiaron un vaso muy ligero y me aseguraron que podía doblarlo tranquilo, que no se iba a romper porque era de «plexiglás». De plexiglás eran entonces las gafas de fantasía que vendían en las tiendas de chucherías para niños, gafas blancas con cristales oscuros que recientemente se pusieron de moda y que entonces solo llevaban los payasos. Después supe que los plásticos se sintetizan a partir de derivados químicos del petróleo, son de fácil fabricación y sus costos son muy bajos. Por eso sus aplicaciones son múltiples y se utilizan en productos desechables, como envases, utensilios para alimentación o bolsas de basura. Pero su uso se ha generalizado y ya son indispensables en construcciones, movilidad, transporte, dispositivos eléctricos y electrónicos, agricultura, atención sanitaria etcétera, etcétera. Lo malo es que los de mi generación, que vimos nacer el uso corriente de los plásticos, hace tiempo que hemos dejado de ser niños y no hemos podido disfrutar de los juguetes inverosímiles que se hacen de plástico y antes eran de hojalata o de madera. Lo malo o lo bueno, porque lo cierto es que en la actualidad los plásticos tienen muchos detractores.

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La creciente producción y uso de los plásticos amenaza con contaminar todos los rincones del planeta, y especialmente los mares, donde perjudican seriamente la salud de los ecosistemas acuáticos y la supervivencia de las especies que los pueblan. Cada año, los mares y océanos reciben muchos millones de toneladas de basura, sobre todo de envases de plástico de un solo uso. Además, las pequeñísimas esferas presentes en productos de higiene y limpieza son particularmente perjudiciales. Los animales marinos ingieren plásticos minúsculos que les provocan trastornos intestinales y de reproducción, y luego transfieren el veneno de los plásticos a nuestra cadena alimentaria; aparte de que la basura acumulada en las playas afecta al sector turístico del que vivimos. Por eso se recomienda reducir los plásticos de usar y tirar y apostar por la reutilización, ya que tardan unos quinientos años en descomponerse y entonces ya no estaremos aquí para enmendarlo.