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Si fuera andaluza o tuviera algún vínculo con aquella tierra estaría más que enfadada; como no es el caso no puedo al menos dejar de estar asombrada de cuán fácilmente se desprecia a sus ciudadanos, desde una pretendida superioridad intelectual de otras comunidades, esa forma rancia y clasista de mirar al sur disfrazada de diferencia cultural. En la noche electoral del domingo ardían las redes sociales y los comentarios despectivos por el vuelco electoral. Si la victoria de los socialistas hubiera sido holgada para gobernar a los andaluces seguro que se les habría tachado de ignorantes, anclados en el pesebre, subvencionados por el PER y todas esas lindezas, pero como no ha sido así, ahora otros se permiten añadir a la lista del desprecio el calificativo de fachas. Han pasado de una cosa a la otra de la noche a la mañana. En Andalucía hacía falta el cambio, no es normal que alguien que vaya a cumplir 40 años no haya conocido nunca la alternancia en el gobierno de su Comunidad; era hora de sacudir alfombras y abrir ventanas para que entrara aire fresco, pero se ha colado el vendaval de Vox y claro, eso no se esperaba porque el CIS, ese oráculo imparcial, les había concedido un diputado y ahora son una docena. Han surgido los ‘lepenistas’ a la española aunque tampoco hay que exagerar, ya les gustaría, que la señora Marine llegó a la segunda vuelta de las presidenciales francesas disputándose el gobierno con Macron.

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Antes que insinuar lo errados que están quienes no te votan lo que hay que hacer es averiguar por qué no lo han hecho, buscar cuál es el motivo que llevó a un descenso en la participación de cuatro puntos, o analizar qué se ha estado haciendo mal, en la Junta y también en el gobierno central, para que un partido que no rascaba un voto durante años ahora tenga ese ascenso meteórico. El panorama es complejo, mucho, cómo validar el cambio con propuestas sobre la mesa como el rechazo al Estado autonómico. Pero lo fundamental es respetar a la gente, te guste su voto o no.