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Por qué será que siempre entre los amigos hay uno al que se le ocurre una ocurrencia de las de no te menees. En esta ocasión fue Juan Frías que trabaja de político, quien sin encomendarse ni a lo humano ni a lo divino, organizó en el restaurante El viejo acebuche una cena donde la única gastronomía que se puso en la mesa fueron mejillones. ¡Ya ves tú que ocurrencia! Los comí ni me acuerdo de cuantas maneras: con una salsa picante de tomate, los tigres que son mejillones rellenos al horno, mejillones al vapor, mejillones a la vinagreta, mejillones en salsa de vieira, mejillones escabechados, mejillones en tempura, mejillones con jamón y esclata-sangs, mejillones a la marinera, mejillones a la gallega, mejillones a la catalana, empanada de mejillones y hasta los había en una fuentecita de barro al azafrán con unos trocitos de patata cocida y luego ligeramente gratinada.

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La cena era cosa de hombres, las mujeres tuvieron la suerte de no tenerse que arriesgar al más que seguro cólico de mejillones o a no irse la pata abajo.

A la del alba cuando llegué a casa, María medio despierta se interesó por cómo había ido la mejillonada. Dije, pues hija mía, hasta el postre era pastel de mejillones. Quedé tan sumamente harto, que tengo el propósito firme de no probar un mejillón por de pronto en un año, y es que no se puede comer mejillones de esta manera como si el mundo estuviera a punto de acabarse. Ya le dije a Juan Frías después de la cena, si tenía pensado a lo largo de lo que dure nuestra amistad, organizar otra cena de ‘algo’.