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En plena recta final de la legislatura el gobierno del Consell se ha dado de bruces con la realidad que le va a impedir ejecutar la bandera de las demoliciones enarbolada con supuesta determinación para acceder a la plaza de la Biosfera, recogiendo el sentir de una parte de la sociedad insular contraria a la reforma auspiciada por el PP en la carretera general.

Informes técnicos y jurídicos internos y externos a la institución, por fin dados a conocer, acaban de torpedear el compromiso que cosió a las fuerzas políticas de izquierda para derruir los puentes medio construidos. Los mismos informes, además, descartan la alternativa de los consellers de Cultura y Movilidad que propusieron las rotondas a nivel, tanto desde el punto de vista técnico, paisajístico como económico.

El propósito de encontrar un amparo de los ingenieros a aquella decisión política ha resultado calamitoso. Ejecutar una voluntad ideológica transformada en decisión política no avalada por los técnicos competentes puede conllevar responsabilidades jurídicas a medio plazo. Y cualquiera las asume después de las experiencias más próximas en el tiempo.

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Más frustrante debe resultar incluso para el tripartito que tampoco el argumento económico ampare contundentemente la demolición, tanto como las soluciones que han arbitrado hasta el momento, pocas o ninguna para eliminar las rotondas a doble nivel que eliminen los giros a la izquierda.

Como consecuencia las costuras del pacto de gobierno se han abierto a cinco meses vista de las nuevas elecciones tras el desmarque atrevido de Podemos que ha revelado discrepancias ocultas entre las tres formaciones.

Encontrar una salida consensuada, rápida y que sea convincente, entre Més, Podemos y PSOE parece ahora tarea complicada. En todo caso, la demolición pasará a mejor vida al menos durante esta legislatura. Los puentes a medio construir siguen más vigentes que nunca y la carretera continúa en precario casi cuatro años después.