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El instituto para la convivencia y el éxito escolar, Convivèxit, recibió el curso pasado 105 peticiones de asesoramiento de centros escolares relacionadas con el acoso escolar, 84 de Mallorca, 11 de Menorca, 8 de Eivissa y dos de Formentera. De las islas menores, Menorca fue la que más aumentó esas llamadas de ayuda a este órgano de la Conselleria de Educación. Las consultas en general, sobre otro tipo de conflictos en las aulas, también crecieron, pasando de nueve a 28 en los centros menorquines, de nuevo el aumento más significativo. En su memoria el instituto también llamó la atención sobre el incremento de un 27 por ciento de los casos de ciberacoso entre los escolares de Balears, muy ligado a las redes sociales y al uso del teléfono móvil a una edad cada vez más temprana.

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Por otro lado, el resumen de los policías tutores de las escuelas e institutos de Menorca señala también once casos graves de acoso escolar entre las actuaciones en materia penal, aquellas que llegaron a los juzgados. Todas estas cifras nos deben hacer reflexionar. El hecho de que haya más consultas no indica necesariamente que el problema sea más grave pero sí que está comenzando a aflorar, que cada vez más ojos están atentos a lo que sucede en las aulas, existe mayor sensibilidad hacia quienes sufren acoso y más vigilancia sobre los matones del patio y los pasillos.

Se acaba de conocer que las consecuencias del bullying crónico van más allá de la angustia del momento, son también físicas, ya que produce alteraciones en la estructura y el volumen del cerebro, comprobadas mediante escáneres a adolescentes en una investigación publicada por la revista «Molecular Psychiatry». Así es que el acoso escolar es un asunto que no se zanja al acabar el instituto, sino que sus daños pueden ser permanentes y causar problemas mentales, su carga negativa nos acompañará de por vida. Debe ser visto como un problema educativo pero también de salud y como tal, prevenirlo.