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Para mí, el tiempo es relativo. Imagino que también lo es para muchas personas más, que lo habrán leído en algún lavabo de bar, lo habrán escuchado a algún sabiondo o les sonará que no sé quién dijo algo parecido. Lo cierto es que, para mí, el tiempo no corre, vuela, entre cosas que estoy haciendo, cosas que debería hacer, cosas que debería estar haciendo y cosas que debería haber hecho. ‘Puta Bita, Tete’.

Llevo un día a día tan ajetreado que muchas veces no sé ni en qué momento del mes me encuentro. Sí lo sé de la semana, porque tengo las rutinas perfectamente organizadas para cada día, pero lo mismo me da que sea día 1 que día 24. Ni siquiera cuando como buen autónomo, me toca pasar las facturas o tengo que devolverle a Hacienda ese dinero que le he guardado impolutamente durante tres meses.

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Ayer, día 1 de febrero, cometí uno de esos errores que te hacen replantearte la existencia, te obligan a disfrutar más de las pequeñas cosas y que suponen una especie de experiencia corpórea similar al Nirvana… Fui al supermercado. Viernes tarde + día 1 + mal tiempo + la despensa vacía = Algo similar a una película de zombis. Qué tortura. Pensarás que exagero –y puede- pero el panorama era desolador.

Había un montón de gente y muy pocas personas. Un ritmo en general cansino, pausado, torpe y descoordinado puso a prueba mi paciencia para llegar a las cuatro o cinco cosas que necesitaba comprar, mientras que el descontrol al volante de los carritos puso en peligro mi existencia. Sonreí con la mejor de mis sonrisas las tres veces que algún vehículo impactó contra mis tobillos maldiciendo para mis adentros. La presión humana era tal que por un momento había más carritos que personas. «Así se deben sentir en Formentera en verano», pensé.

La verdad es que detesto ir a comprar. Soy un desastre, nunca me organizo y al final acabo comprando más cosas de las que necesito y menos de las que eran prioritarias. No me hago una lista y dejo al azar y al apetito que me guíen como si del instinto se tratara. Y, resulta curioso, pero dentro de un supermercado el tiempo no vuela, se arrastra y pasa lento. Quizás, el secreto de la vida eterna está en un supermercado. Lo que pasa es que menuda pereza ponerse a investigar con tanta gente y tanto golpe en los tobillos. No merece la pena…