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Siempre andamos a vueltas con lo mismo: me refiero a la expresión que asegura que vale más una imagen que mil palabras. No creo que sea así; hemos tardado muchos años en configurar las palabras para que ahora resulte que tengan tan poco valor. Lo que sí ocurre es que el lenguaje de las imágenes es universal, no necesita traducción. Sin embargo, a veces hay que saber interpretarlas. Recuerdo que cuando estuve en Irlanda había en la autopista grandes carteles con el dibujo de una cámara fotográfica. Mi mujer decía que menudo mal gusto pararse en plena autopista para sacar fotos, que el panorama no tenía nada de pintoresco. Al final descubrimos que lo que anunciaban era la existencia de un radar. De lo que se deduce que a esa imagen le faltaban palabras.

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La revista digital «Núvol» me pidió ayer una foto con Josep Maria Llompart o con Francesc de Borja Moll y no tengo ninguna. Querían ilustrar un comentario sobre el libro «Diàlegs entre tres», del que es autora Pilar Arnau, basado en la correspondencia que mantuve hace años con ambos personajes. Lo cierto es que conocí de cerca a los dos homenots de las letras y sin embargo nunca llegué a fotografiarme con ellos. Por lo visto no era consciente de la importancia de las imágenes. Creo que ni siquiera lo soy ahora, porque cuando veo a los fans que se retratan al vuelo con Messi o con Cristiano Ronaldo me entra la risa. Me parece cosa de escaparate. Recuerdo que Fernando Rubió tenía fotos suyas con multitud de personajes, desde Franco hasta papas de Roma, pasando por una caterva de hombres y mujeres ilustres, y sin embargo no alcancé a aprender nunca de él la importancia de retratarse con un protagonista de lo social, lo político o lo cultural. También recuerdo que cuando tenía poco más de veinte años Gabriel Janer Manila quiso presentarme a Llorenç Villalonga en la fiesta de los premios Ciudad de Palma y yo escurrí el bulto. Pero sé que no lo hice por presunción, aunque tal vez quería que me quisieran por lo que soy, no por lo que aparento. Luego ocurre lo que ocurre, que cuando me piden una foto con un mito cultural con el que he mantenido cierto contacto, no la tengo.

Eso no debía de sucederle a Terenci Moix, porque puestos a recordar, recuerdo que en la fiesta de los premios Nadal y Pla se me acercó y me dio dos besos y yo, naturalmente, me quedé de cartón piedra, porque tampoco teníamos tanta familiaridad; después lo entendí, puesto que llevaba un fotógrafo con él registrando todos sus movimientos.