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Una compañía canadiense de intercambio de criptomonedas no puede pagar 190 millones de dólares a sus clientes porque su fundador, que tenía las contraseñas, la diñó sin decirle las claves a nadie. Sorpresas que da la vida. No vió venir el Game over, el pobre. Kriptós quiere decir oculto en griego. Y la criptología estudia los mensajes cifrados por seguridad o precaución. Hay mucho hacker, pirata, espía, ladrón o cabroncete suelto por ahí.

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No todo el mundo tiene acceso a nosotros. Con los más íntimos compartimos casi todos los archivos. Con otros, nos protegemos de manera paranoica. No nos fiamos. Hay tipos que son más peligrosos que un virus o un malware de esos. El colmo es olvidar tus propias contraseñas. O la combinación de tu caja fuerte. Es como perder la llave y no poder entrar en tu casa. La guerra puede ser informática o digital porque dependemos casi todos de nuestras maquinitas sofisticadas. Si te secuestran los datos te dejan en cueros. Esto pasa por llevar las cosas fuera de la cabeza, flotando en la nube. También nos exponemos más de la cuenta en las redes, por exhibicionismo, vanidad o simple gilipollez.

Esto me ha recordado a todos los que se mueren y se llevan su conocimiento a la tumba. Adiós a las claves, contraseñas, archivos con valiosas informaciones, acumuladas a lo largo de toda una vida. Algunos, por suerte, dejaron en herencia la valiosa manera de descifrar su legado. Se llama leer.