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Dicen que el tiempo cura más que el sol, lo dice la voz popular. Dicen también que nos parece que el tiempo se alarga o se acorta en función de nuestro estado de ánimo, y que solemos medir el tiempo en acontecimientos clave que nos han marcado. Yo he visto pasar hoy a una vecina de hace muchísimo tiempo, y de repente me he sentido transportado al pasado. Al llegar a casa me he encontrado con la noticia de la muerte de la filóloga Aina Moll, lo que también me ha transportado en el tiempo. Sí, es cierto que medimos el tiempo a partir de acontecimientos importantes de nuestra vida. La vecina que ha cruzado el paso de cebra ante mis ojos tenía el pelo un poco gris, pero no mucho. Caminaba cabizbaja, cargada de humildad, parapetada tras las gafas de montura de concha, antiguas, como la falda recta, sin formas, casi sin color, y la chaqueta parduzca. Sí, los zapatos parecían cómodos, sin sofisticación alguna y por supuesto sin tacón. El tiempo ha dado un vuelco. Esta mujer sigue siendo una buena mujer cuarenta años después. Su padre murió, pero debió de vivir cien años; su madre «nos dejó» antes, siempre tuvo una salud delicada; sus hermanas y hermanos... Sí, era una familia numerosa de las de antes, de las que tenían premio a la natalidad, de las que al hijo que hacía diez le llamaban «fideo» –fideu en catalán, fill deu, hijo diez, o décimo. También el ilustre filólogo Francesc de Borja Moll tuvo muchos hijos, entre ellos esta hija que ha muerto hace poco, a la que todavía puedo referirme en pretérito perfecto compuesto, como si aún no hubiera terminado de morir. Aina Moll también era una lingüista destacada, tanto que colaboró en los dos últimos volúmenes del «Diccionari Català Valencià Balear», fue directora de la Biblioteca Raixa y directora de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya. La conocí poco después de conocer a su padre. El tiempo volvió su cabello gris, como el de mi antigua vecina, y le permitió prescindir de las gafas, que en su caso solían ser de cerquillo metálico. Era natural de Ciutadella, pero hablaba con acento puramente mallorquín. Me dijo, jo som de Ciutadella, y me di cuenta de que hablaba con la misma entonación de su padre. Incluso tenía en la expresión la misma euforia contenida -dominada- que la hacía sonreír al hablar; incluso sonrió cuando me dijo que no me había votado en el concurso «Les Illes d’Or». Hace mucho, pero recuerdo que pensé que sí, que el tiempo lo cura todo, que de hecho cura más que el sol.