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Les harás a tus lectores, hoy, algunas preguntas. Estás convencido de que contestarán de forma afirmativa a todas. Usted también, sí, usted, el que está leyendo ahora entre sorbo y sorbo de café cálido en mañana recién parida…

¿Les gustaría poder contar con un político que no odiara a sus adversarios? ¿Qué ayudara, incluso, a quienes lo maldijeron y calumniaron?

¿Les gustaría poder contar con un político que entregara gran parte de sus ganancias a las capas más desfavorecidas de la sociedad?

¿Les gustaría poder contar con un político cuyo único propósito fuera el de hacer el bien a la sociedad, independientemente del dictado de su partido?

¿Les gustaría poder contar con un político misericordioso?

¿Les gustaría poder contar con un político que no juzgara al adversario, que no lo insultara, que no lo condenara?

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¿Les gustaría poder contar con un político que fuera capaz de perdonar y pedir perdón? ¿Qué diera lo mejor de sí, sin esperar nada a cambio? ¿Qué fuera tolerante a la hora de juzgar a sus contrincantes?
¡Háganme un pequeño favor! Relean las preguntas y calculen el número de sus «síes» y el número de sus «noes». Probablemente el resultado sea el siguiente: 9 «síes», 0 «noes»…

Sabes que ahora el lector piensa que estás hablando de utopías y que ese hombre, más que un político, de existir, sería un héroe. Al respecto, les contestas que muchas realidades actuales (el voto de la mujer, la desaparición del apartheid, la jornada laboral de ocho horas y un largo etcétera) fueron, antes, meras quimeras y que no hay que olvidar aquel viejo aserto según el cual la mencionada utopía es la zanahoria que hace mover al animal… Y les añades que sí, que para comportarse según las premisas anteriores, hay que ser verdaderamente un héroe…

Pero ese «programa político» (entrecomillado y en cursiva) existe y existirá. A partir de aquí les adviertes a tus posibles seguidores (¿los habrá?) que lo que viene a continuación tiene dos posibles lecturas, pero no antagónicas… Lo explicarás luego…
Ese «programa político» se elaboró hace más de dos mil años. Lo formuló Cristo y lo dio a conocer San Lucas (Lucas, 6, 27-38). Y presenta la curiosa paradoja de que puede ser asumido tanto por creyentes como por no creyentes. Para los primeros será algo más que una propuesta ideológica y, para los segundos, simple y llanamente eso.

Pero su embrujo probablemente subyugue a ambos. El texto, una verdadera joya, dice, literalmente, lo siguiente: «Dijo Jesús a sus discípulos: «A vosotros (…) os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian (…) A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? (…) Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? (…) Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad, y se os dará (…) Pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

¡Uf! Quizás la palabra heroísmo se quede corta, muy corta… Ahí está, sin embargo, la utopía, el verdadero progreso, la revolución más luminosa, la propuesta más seductora. Partamos hacia ella, aunque sea por caminos distintos. Uno, el de la fe; otro, el del agnosticismo. Poco importa. Porque en ese sobrecogedor viaje acabaréis encontrándoos, inevitablemente, tarde o temprano, en algún cruce de caminos…
Necesitáis políticos de esa índole. O, mejor todavía: ciudadanos de esa envergadura.

De haberlos en demasía, los primeros ni tan siquiera os harían ya falta por el simple hecho de que viviríais en la más perfecta de las anarquías, la que no se sustenta en el caos, sino en el amor más radical… ¡Vale la pena intentarlo! Por tu parte –modestamente- intentarás, hoy, reconciliarte con alguien muy concreto… ¿Y usted?