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En estos últimos años se ha dado voz a los ciudadanos bajo el formato de presupuestos participativos, es decir, recoger las ideas de la gente y someterlas a votación para después dedicar el dinero público a llevarlas a la práctica. Y lo cierto es que ha sido un éxito.

Más allá de los grandes proyectos de infraestructuras y de los modelos de ciudad que una u otra fuerza política diseñan, muchas veces a los que están en los despachos, entre asesores o en reuniones de partido, se les escapan esas cosas, pequeñas o no tanto, que sus vecinos reclaman y que mejoran realmente su día a día. O que al menos les hacen soñar y creer que sí, que su voz importa.

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Ha habido participación, cuando se dan opciones de opinar, la gente se mueve..., por sus cosas claro: a uno le importan los erizos, a otro ver bien las estrellas, al de más allá los carriles-bici o el centro para entidades y a un tercero, hacer las calles transitables y más accesibles. Para gustos, los colores. Pero lo cierto es que a la hora de poner en marcha los proyectos, la Administración, como ya se sabe, no fluye, más bien se suele atascar, y este mandato finalizará con un número pequeño de proyectos realizados. Diez de las 24 propuestas que surgieron en cuatro municipios con presupuestos participativos (Es Mercadal, Sant Lluís, Maó y en el último año Ciutadella) y una de las 17 del Consell se han ejecutado, aunque la institución insular tiene otras diez ya iniciadas. Corporaciones municipales e insular se han comprometido a terminar los proyectos y cumplir así los deseos de los ciudadanos que se molestaron en pensar cómo mejorar su entorno; también se plantean reeditar las convocatorias de presupuestos participativos.

El problema es que llegan otras elecciones y las promesas, como las ideas, pueden caer en saco roto. Sería bueno que todas estas propuestas siguieran adelante aunque haya cambios de gobierno, no siempre hay que deshacer lo andado porque la idea no ha sido tuya.