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La izquierda no presentará candidatura conjunta al Senado, había voluntad pero no es fácil el acuerdo en tan poco tiempo, han dicho. La voluntad era relativa y la experiencia de tres años atrás pesaba en contra. Los dos primeros animadores de la idea, Podemos y Més, son los mismos que se estrellaron con la última candidatura de coalición porque en realidad no se soportan el uno al otro.

El PSOE, que esta vez no tenía impedimentos de Madrid para pactos previos de candidaturas, acudió a las reuniones con poca ilusión, las cosas han cambiado respecto a 2016 y ahora tiene mejores expectativas que Podemos. Cuenta uno de los negociadores que el primer tropiezo, antes de hablar de aspirantes idóneos y de consenso, apareció en la denominación que se escogía para identificar la candidatura.

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Enviar a un senador al Grupo Mixto es arreglarle la vida en lo personal y arruinársela en lo político, cinco mil euros largos al mes a cambio de sentirse amortizado y estarse quietecito porque o molestaría a un socio o incomodaría a otro. Imaginemos –hipótesis probable–, que ha de votarse la aplicación del artículo 155 de la Constitución, único asunto de la política nacional en el que el voto del Senado resulta relevante. El PSOE le diría que vote sí, Més presionaría por lo contrario y Podemos y Esquerra de Menorca pugnarían por la abstención. ¿Qué hace entonces nuestro senador o senadora?

De modo que la falta de pacto es realmente un buen acuerdo para todos ellos, como partidos no habrían ganado nada más que problemas. La experiencia de los dos senadores surgidos de un parto así, incluido el lejano de Tirso Pons (1979) se imagina más que se cuenta. Arturo Bagur, el último (2008), tenía probablemente buenas intenciones, pero solo se le recuerdan algunas preguntas al Gobierno sobre cuestiones generales y cero bagaje en asuntos menorquines.