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El presidente del PP ha cometido una imprudencia pidiendo a su partidos vecinos que no se presenten en determinadas circunscripciones provinciales. Dice, y tiene razón, que la división beneficia a terceros, en este caso al PSOE que -¡hay que ver cómo cambian las cosas,Venancio!- aparece mejor en las encuestas, favorecido por la pérdida de fuelle de Unidas Podemos, que parece ser el nombre elegido para comparecer en las urnas el 28-A.

Contra lo que ha sido común hasta ahora, el centroderecha aparece más dividido que la izquierda y, lo que es peor, el partido de Casado podría perder la hegemonía de ese espectro. Por tanto, es normal que Vox, crecido por la novedad, el discurso duro y el resultado en las andaluzas, le haya dicho que sea el PP el que se retire en aquellas circunscripciones con pocos escaños.

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Las consecuencias que asustan al líder popular se da en aquellas que eligen entre dos y seis diputados. La fórmula de nuestra ley electoral está pensada para el bipartidismo, beneficia a las dos primeras fuerzas siempre y cuando obtengan un resultado con notable diferencia al resto, que resulta penalizado. Miles de votos no sirven para nada.

Ese escenario de la Transición ha desaparecido, hoy la diversificación política dibuja una realidad que no tiene reflejo en la fórmula d’Hont para la conversión de los votos en escaños.

El problema no es nuevo, lo ha denunciado sobre todo Ciudadanos, una de esas fuerzas necesarias hoy y una de las más perjudicadas. La pregunta es lógica, ¿por qué no se ha cambiado todavía la fórmula electoral? La respuesta también es lógica porque quien ha ganado con ella piensa que en el fondo no está tan mal, lo pudo hacer Rajoy, el último que logró mayoría absoluta y habría obtenido apoyo de los pequeños. Ahora es curiosamente su heredero quien protesta por la ley maléfica.