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Me avergüenza un poco confesarlo: no soy un buen gestor.

A duras penas consigo llevar a buen puerto mis propios asuntos como para imaginar gestionar algo más complejo como una ciudad, una comunidad o un país. Y es por eso (aunque no solo por eso) que ni se me ocurriría presentarme a las elecciones.

Creo sin embargo que hay gentes (buenas gentes, mientras no se demuestre lo contrario) que, teniendo una capacidad de gestión pareja a la mía, sí que se presentan a las elecciones, y en ocasiones las ganan; sí aparecen en las listas de los partidos, y a veces entran en las concejalías, en las consejerías y en los parlamentos; esporádicamente incluso en los gobiernos.

A escala nacional este suceso resulta grave, máxime cuando se trate de ministerios o de la presidencia del gobierno (algún mediocre ha escalado esas cumbres, no me preguntes cómo). Reviste menos gravedad (opino) si sucede en los parlamentos, ya que habiendo disciplina de voto, lo más tremendo que puede suceder es que se equivoquen al apretar el botón. Sin embargo me temo que en los niveles autonómicos y municipales la cosa (el aterrizaje de malos gestores en puestos claves) puede ser muy lesiva para el contribuyente (solo a modo de botón de muestra, computemos 16,5 millones del pago por las sentencias de Son Bou, esqueletos de desechadas rotondas -que no fueron gratuitos-, un voluminoso patrimonio público camino de la ruina y despilfarros por el estilo).

A veces da la sensación de que la asignatura «competencia gestora» se convalide de oficio por la declaración de pertenencia incondicional (y acrítica a poder ser) al partido de turno.

Se nos avecinan elecciones a gogó, de manera que, por lo que nos atañe, conviene reflexionar sobre la diferencia entre gestión y gesticulación.

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Bajando al orden insular, para huir del vértigo que provoca el plano nacional (no descarto que durante la exhumación del general resucite para abanderar el trifálico, y regrese el NODO), sostengo que al menos dos peligros se ciernen sobre nuestra querida Isla: el lucro cesante y el intermitente intento de homicidio sobre la gallina de los huevos de oro.

Si hablamos de la gallina diría que son los gobiernos de la derecha quienes tienden más a sobreexprimirla poniendo en riesgo su salud (consumo de territorio -balearización-, rotondismo, etc), mientras que los gobiernos de izquierdas se han especializado en el lucro cesante: zancadillas al turismo de calidad, lenta y arbitraria articulación de la ley de alquileres turísticos, inseguridad jurídica premium, escasez de reflejos, inoperancia, etc.

Si esto sigue dando miedo, bajemos al plano municipal.

Desde que habito en Mahón (cerca de cuatro décadas) he visto gesticular bastante, pero gestionar, lo que se dice gestionar, solo lo he notado en dos ocasiones, durante los mandatos de Borja Carreras y de Águeda Reynés: la remodelación del puerto en un caso, la dinamización del centro histórico, la desaparición de los coches del frente las terrazas y el ascensor de Llevant en el otro. (Nótese que ambos primeros ediles pertenecen a partidos rivales. No es raro: las personas gestionan, los partidos gesticulan).

Me incomoda la sensación de que el resto de equipos que han gobernado Mahón, siendo honestos, como creo que han sido, no han perdido ocasión de dejar pasar una buena oportunidad. Quizás no hayan caído en la cuenta de cosas como que los cuatro años (cuatro) que lleva esperando el prometido segundo ascensor del puerto han costado ya mucho lucro cesante a los negocios de la zona y por ende al erario público, como costaron espuertas de lucro cesante a las arcas públicas y a los negocios del Moll de Llevant las cuatro legislaturas (cuatro) que el proyecto del primer ascensor levantino estuvo acumulando polvo en un cajón sin que nadie se diera por aludido. Quizás tampoco hayan valorado la avería que ha causado ya a mucha gente el prolongado y errático estrangulamiento del alquiler vacacional por zonas trazadas de manera tan opaca como incomprensible.

Quizás nos esté sobrando algo de aspaviento supuestamente ideológico y falte algo de sentido común, maña y diligencia.