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Algunos pensadores no solo arremeten contra la religión sino también contra la intelectualidad de los creyentes. Argumentaba por ejemplo Sigmund Freud que el culto a Dios es una neurosis infantil o bien el ansia vital de un super yo protector. Posiblemente algunos de sus pacientes tenían necesidad de un esquema mental más salutífero y lo generalizó. Son algunos de los exabruptos explayados por este psiquiatra, si bien atinó en otros contenidos de los cuales fue además precursor. A cada cual lo suyo. De todos modos no solo él ha censurado despectivamente la mentalidad de los creyentes, numerosos analistas nos dedican una hemeroteca de frases incluso más insidiosas. Éstas van desde poseer un intelecto amputado hasta tildarnos de necios. El listado de descalificaciones proferidas no tiene desperdicio. Nos conceptúan como entes visionarios, sin agallas para subsistir con la entereza que debe poseer un legionario terrestre.

Deberían ser más cautos estos analistas, no se dan pues las premisas para destilar tanta presunción. Es absurdo calificarnos como seres limitados o descerebrados. Es más, los creyentes reflexionamos más perspicazmente que el grupo crítico. Verá, los incrédulos alcanzan sus conclusiones con la mente errática y los ojos abiertos mientras los creyentes, con los ojos cerrados y la mente despierta. Ellos tienen fantasía y escrutan si acaso el devenir de la ciencia y nosotros tenemos imaginación y escrutamos los entresijos del hombre. Por la antropología se alcanzan más fácilmente los arcanos divinos que por el telescopio. Ellos se extravían, huyen, son centrífugos y nosotros, convergemos, somos centrípetos. Dos maneras distintas de observar la realidad. Parecido a aquel astronauta que le comentó a un neurocirujano haber recorrido todo el Universo sin ver a Dios y el galeno le respondió, haber abierto diez mil cabezas, sin ver un solo pensamiento. Más o menos de esta guisa va el asunto.

De todos modos, esto es mera retórica, solo a una minoría le da por cavilar, deliberar o especular acerca de Dios y de la posibilidad de una existencia imperecedera. Los agnósticos y los ateos, por ser supuestamente un tema indescifrable, y los creyentes por estar ya descifrado en demasía. La gente cavila, delibera o especula acerca del fin de semana, del trabajo, de la familia, de la sanidad, de la política, del deporte, etc., pero ni menta tramas escatológicas. El contraste entre un creyente, un discrepante y un neutral se centra en valoraciones de matices internos que no trascienden más allá de la epidermis. En el club social que frecuento nadie sería capaz de desvelar por ejemplo quien es de uno o de otro bando. Sus integrantes son tan correctos y responsables como todos los de las otras sociedades. Excepto las consabidas excepciones las personas tienen un comportamiento ejemplar, nadie importuna al prójimo. Diría que la única diferencia entre los tres bandos se centra en que mientras unos reflexionan media hora semanal en una iglesia, los otros lo harán o no lo harán en otro lugar. La religión se remite, por consiguiente, una vez se da por hecho el respeto a los demás, a una particular asepsia personal, a distintas apreciaciones mundanales y a desiguales valores íntimos que no se plasman de ordinario en la vía pública.

Estuve ojeando algunos libros de pensadores contemporáneos irreligiosos, como Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett o Christopher Hitchens con el fin de documentarme sobre nuevos postulados. Suponía la aparición de raciocinios, eruditos, adosados a los de sus antepasados. No sé, algunas intuiciones surgidas de la mente de algún intelectual de nuevo cuño. Me quedé sin embargo perplejo. Debo manifestarle que las neuronas actuales son decididamente documentalistas, carentes de cualquier docta hondura. Apelan sus conjeturas a las de cualquier clásico, ateísta, no a las suyas, porque su cosecha no da supuestmente para más. Se ceban con algunos deslices de la curia, sacan a relucir las canonjías políticas obtenidas por las religiones en la sociedad y otras especulaciones amarillas, no exentas de veracidad, pero que nada tienen que ver con la esencia religiosa per se,…sino con el tarro que la contiene. Venden sin embargo estos escritores miles de ejemplares, son iconos de la modernidad. ¿Por qué? …Escriben en su contexto lo que la mayoría de la humanidad se complace en leer. ¡No hay Dios! ¡No hay más vida que ésta! ¡Aprovéchala! ¡No te encierres en una iglesia románica, contempla el maravilloso Universo que para esto viniste al mundo!...¡Ah!,…siguen además con las consabidas invectivas contra la intelectualidad de los creyentes.

…Pero, si no es eso.