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Tomemos como una buena noticia que ayer finalizó la eterna precampaña electoral porque nadie es capaz de determinar su inicio en plena legislatura. Y admitamos como una mala que hoy comienzan las dos largas semanas de campaña en las que vamos a recibir el bombardeo de los mensajes estratégicamente adornados con osadas frases de descrédito exagerado entre unos y otros, plenas de continente pero de escaso contenido.

Los canales de comunicación que representan las redes sociales impiden huir de lo que nos espera, de la relación de acusaciones, autoreconocimientos, sonrisas impostadas, aplausos forzados y de la retahíla de promesas que pretenden argumentar la posesión de la pócima mágica para eludir la nueva crisis que los expertos vaticinan, asegurar las pensiones y solucionar de una vez el problema del independentismo catalán.

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Y ahí, en esa carrera desenfrenada en la que entramos hoy parte con desventaja el líder del PP, único que ha pasado por Menorca, que parece haberle hecho más caso de lo que dice a las encuestas del CIS, ese centro dirigido por un exmiembro de la ejecutiva del PSOE, que sitúa al anterior partido del gobierno en el precipicio. Casado atiza al presidente interino, ese que está dispuesto a dormir cada noche en el colchón que cambió en la Moncloa nada más acceder a la casa presidencial.

Sánchez, el volátil, capaz de negarse a sí mismo pero resucitado tras salir por la ventana de su propio partido a gorrazos, proyecta ahora más seguridad que el resto y aún modera sus ataques. Rivera acelera en esa posición que pretende ser falsamente equidistante, pero de lo más complicada porque en España es difícil ser de centro. Iglesias solo convence a sus incondicionales porque el tiempo ha disuelto su efervescencia de antaño, y Abascal... ufff, Abascal. ¡Que pasen rápido estas dos semanas!